viernes, 11 de marzo de 2011

Crónicas de Tanhäuser: Yojimbo



“No estoy muerto todavía.
Tengo que matar a unos cuantos hombres primero.”

Sanjuro, Yojimbo


Hoy es el momento de rescatar de la memoria otra joya de Kurosawa y dedicar un sentido homenaje a una obra imperecedera que se recordará por los siglos de los siglos (si pasamos del 2012, claro). Yojimbo, ese título tan enigmático como atractivo, se puede traducir como “guardaespaldas”, aunque aquí se haya puesto tanto empeño en traducirlo como “mercenario”, cosa que, dicho sea de paso, tampoco se aleja en demasía de la realidad de la película.

Kurosawa, que en 1960 había estrenado Los canallas duermen en paz, podía presumir de ser el director más reputado
de todo el continente asiático. Como muchos sabréis, su cine llegaba a las salas norteamericanas y europeas a cuentagotas, siendo considerado un director de culto fuera de Japón. Aún así su nombre era muy desconocido por la gran parte del público, su estilo seguía arrasando en las escuelas de cine de todo el mundo, recopilando elogios por doquier de parte de los grandes autores del séptimo arte. Hollywood le había echado el ojo y ya habían refritado algunas de sus películas más emblemáticas, convirtiéndolas en taquillazos de índole universal que aún hoy se recuerdan más incluso que sus originales. Por ello, la producción de Yojimbo había acaparado las miradas de los grandes estudios, que se peleaban por ser los primeros en traer a Hollywood al ‘emperador’ del cine. La poca información que había cruzado el Pacífico acerca del filme no hacía más que aumentar el apetito por una nueva obra maestra de Kurosawa que se adivinaba de una violencia inusitada.



La historia, escrita por el mismo Kurosawa y adaptada a guión junto con Ryuzo Kikushima, se inspiraba en uno de los ídolos del director, Miyamoto Musashi. Éste fue uno de los guerreros nipones más emblemáticos, hijo de un samurái, dedicó su vida a vagabundear por lo largo y lo ancho de Japón, perfeccionando su técnica en un camino hacia la iluminación. El ronin (samurái sin amo), terminó muriendo sin haber perdido una sola batalla, considerándosele así como el mayor guerrero del Japón feudal.

A Kurosawa le atrajo la idea de narrar una historia protagonizada por un hombre solitario, un nómada que no tenía mayor aspiración en su vida que vagar de pueblo en pueblo perfeccionando sus habilidades buscando combates para saciar su sed de sangre, un asesino sin escrúpulos capaz de ser temido y alabado al mismo tiempo, un antihéroe en toda regla. Igualmente, Kurosawa nunca negó la influencia de obras como Arlequino, servitore di due padroni, novela escrita por Carlo Gordoni en 1745. Por otro lado, Cosecha roja (1929) de Dashiell Hammett también guardaba un gran número de puntos en común con la historia de Yojimbo.


La inmortal trama de Yojimbo se centra únicamente en Sanjuro Kuwatabake (Toshirô Mifune), un solitario ronin de vida itinerante, otrora samurái a servicio de la realeza, que no tiene más voluntad que sobrevivir mediante sus dos recursos más característicos; su ingenio y su espada. El ronin llegará a un pequeño pueblo donde tendrá la oportunidad de ofrecer sus servicios. Allí se enterará de que el lugar está dominado por una cruda guerra protagonizada por dos bandos enfrentados. Uno de ellos es el Ushi-Tora (Kyu Sazanka), el otro es el de Seibei (Seizaburö Kawazu), ambos querrán hacerse con el poder del pueblo sin importar las muertes y el reguero de sangre que dejen en su despiadada travesía. Sanjuro verá una gran oportunidad de hacerse valer en esa guerra, demostrando sus habilidades como excelente guerrero, se dejará querer por ambos bandos para “venderse” al mejor postor. Tras varias idas y venidas terminará por ser traicionado y sufrirá un intento de asesinato. Dado por muerto, el ronin se recuperará en la sombra esperando la hora de consumar su venganza.

Su estreno en 1961 significó un importante paso adelante en la filomgrafía del director nipón arrasando tanto en taquilla (en Japón) como en los festivales europeos, especialmente en Venecia, donde Toshirô Mifune se alzó con la Copa Volpi al mejor actor. Su rostro hierático y la estupenda caracterización del personaje, lo terminaron por consagrar como uno de los mejores actores del momento y como el rostro identificable del cine de Kurosawa. La descarnada violencia que transpiraba el filme no pasó desapercibida a ojos de directores como Peckinpah o Fellini, que no tardaron en elogiar el trabajo del emperador, el cual se había hecho un hueco entre los más grandes de la historia.


Fue Sergio Leone, entonces desconocido para la gran mayoría, el que tomó “prestado” el guión de Kurosawa para hacer su primer western crepuscular, Por un puñado de dólares (1964). Obviando el éxito del filme y lo que supuso el nacimiento de una nueva estrella como Clint Eastwood en aquel Hollywood que vivía sus últimos días de gloria, Leone tuvo que enfrentarse a Kurosawa en los tribunales. Según el italiano, el filme fue realizado como un homenaje al director japonés, sin embargo, este último exigía una indemnización al no haber pagado los derechos de autor tanto a él como a Ryuzo Kikushima (co-autor). El juicio resultó decantarse a favor de los japoneses, atrasando dos años el lanzamiento del filme en Estados Unidos y obligando a pagar una importante suma de dinero a Kurosawa. No obstante, este no fue el único ni el último remake que se hizo de Yojimbo, entre varias series de televisión como Kung-Fu (inspirada en Yojimbo) o películas más recientes como El último hombre (1994) protagonizada por Bruce Willis, se puede llegar a contar casi una decena de remakes de la obra de Kurosawa.

De todos modos, hablar de Yojimbo es hablar de un microcosmos particular que se nutre del western. En él encontramos un mundo en el que los personajes que lo habitan carecen de moral y ética, movidos por la codicia, solo buscarán el propio beneficio sin importar las consecuencias a las que se exponen. El pueblo en el que se desarrolla la acción no dista ni un ápice del típico pueblo que podemos encontrar en cualquier western. De sus pequeñas portezuelas y sus tejados, podemos adivinar la aparición de un pistolero dispuesto a tumbar a balazos a nuestro protagonista, sin embargo, en este caso las luchas son cuerpo a cuerpo y katana en mano. De no ser por personajes como Unosuke (Tatsuya Nakadai), Sanjuro no sería más que otro villano que se suma a una guerra sangrienta y sin cuartel. Unosuke, portador de un revólver, simboliza la figura del principio del fin de la era del samurái (la historia se ubica en 1860), sin duda alguna, este ser de crueldad infinita es el antónimo a nuestro protagonista. Su aparición propicia que Sanjuro pase de ser un asesino sanguinario y sin escrúpulos a adquirir un carácter cercano al romanticismo, incluso podría decirse que algunos de sus últimos actos (sobre todo tras recuperarse de sus heridas y burlar a la muerte) podrían ubicarse dentro del terreno del altruismo, convirtiéndole en algo cercano a un héroe.


Cierto que es que en la película hay menos violencia de la que se promete, sin embargo, persiste en ella una agresividad contenida que no explota hasta la última escena del film. Dicha escena está rodada con una genial maestría, eso sin contar con el montaje, el cual podría considerarse como uno de los mejores de toda la obra del director. Yojimbo no es una película perfecta, al guión falta limarle un par de asperezas. Por ejemplo, no sabemos en ningún momento cual es la razón del conflicto ni el origen de tanto odio entre ambos bandos. De igual manera eso podría defenderse diciendo que Kurosawa intentaba mostrar el ridículo de dicha situación, situándola en un absurdo y ubicando la acción en medio de ninguna parte, pero siempre será un pequeño lastre dentro de una obra magistral.

Yojimbo es una obra inmortal, una trama épica y grandiosa que dejó una huella en el cine de los sesentas como pocas lo han hecho. No quiero dejarme en el tintero una mención especial a Sanjuro (1962), secuela de Yojimbo también protagonizada por Mifune y dirigida por Kurosawa. La gran calidad de esta segunda parte la sitúa a la altura de Yojimbo, incluso la supera en algunos momentos, otra película eternamente recomendable para cualquier amante del cine de Kurosawa. Técnicamente, quizá estemos hablando de una de las mejores del director, una portentosa pieza que rebosa sangre y violencia se mire por donde se mire, de la que me quedo sobre todo con su increíble desenlace, el cual no puede definirse mejor que con la cita de su autor;




En todas mis películas hay por lo menos tres o cuatro minutos de verdadero cine.”

Akira Kurosawa, maestro de maestros.



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