"Todo tiene remedio excepto la muerte"
Antonio Ricci, Ladrón de bicicletas
“Un padre de familia necesita trabajo para cuidar de los suyos. Lo consigue, pero necesita una bicicleta para poder trabajar. Tras dejarse todos sus ahorros compra la bicicleta. El primer día de trabajo se la roban, con lo cual puede volver al paro y no podrá alimentar a su familia, por lo tanto, debe recuperarla. Ni más ni menos, es perfecto.” Esas fueron las primeras palabras que escuché referentes al Ladrón de bicicletas, las pronunció un profesor de la facultad y fueron suficientes como para llamar la atención de cualquiera.
Vittorio de Sica, actor y director italiano, oriundo de Campania, al sur de la península itálica, comenzaba a despuntar como uno de los realizadores más prometedores en la malherida Europa de finales de los cuarenta. Su cine, junto con el de Roberto Rossellini estaban creando escuela y seguían unas pautas estilísticas muy bien delimitadas, todas ellas se centraban en las historias del día a día de la moribunda Italia de la postguerra, una temática muy controvertida en aquellos días que provocó una gran disparidad de opiniones.
El neorrealismo italiano (nombre dado al movimiento) se acopló perfectamente a las limitaciones que tenía la industria cinematográfica italiana del momento. Sus actores, a menudo amateurs y su realización, muchas veces improvisada y más cercana al documental que a la ficción, sedujeron incluso a importantes productores de Hollywood. El cine italiano fue tomando peso hasta convertirse en la industria cinematográfica más importante de Europa, además, durante la mitad del siglo pasado, vivió su edad de oro al contar con un gran número de célebres directores (Rossellini, Fellini, Visconti, De Sica o Antonioni).
Sin embargo, la explosión del cine italiano y la Cinecittà, no se podría entender sin la figura de Vittorio de Sica ni la película Ladrón de bicicletas. Tras arrasar en los Globos de oro, Bafta y lograr una nominación a los Oscar, Ladrón de bicicletas se estableció paradójicamente como la película más emblemática del neorrealismo, digo paradójicamente porque fue una de las producciones más costosas y laboriosas del cine italiano de los cuarenta. En ella participaron un incontable número de extras, se cortaron un gran número de calles donde se utilizó lluvia artificial, precisaron de un gran material de iluminación, en definitiva, no parecía atenerse a los principios humildes y modestos del movimiento.
Respecto al realismo en la realización, algo muy normal en el neorrealismo, cabe destacar que De Sica no dejó nada en el tintero, ni mucho menos para la improvisación. En el guión se detallaban todos los pequeños detalles de interpretación que dotaron a la película de un realismo magistral. André Bazin, teórico cinematográfico dijo: “Es tan realista que carece de puesta en escena”, algo totalmente incierto, ya que De Sica detalló cada uno de los planos (coreografias, movimientos de cámara y figurantes, etcétera) de antemano, de hecho, Sergio Leone, el gran padre del spaghetti western, actuó como figurante interpretando a uno de los curas austríacos que hacen aparición aproximadamente a mitad del film, dijo que acababan extasiados de tantos y tantos ensayos. Se podría definir a De Sica como un maestro creador de una ilusión de realidad.
De Sica contó con los mejores profesionales de la época y los mejores medios posibles, algo que no hace más que avalarle como un grandísimo realizador ya que pudo fotografiar (quizás) la Roma más auténtica jamás vista en el cine. Lejos de intentar mostrarnos la típica postal de Roma con su Coliseo, Fontana di Trevi o la Basílica de San Pedro, el director nos traslada hacia los bajos fondos, nos muestra la crudeza del día a día, el hambre y la miseria de una ciudad que intentaba reponerse tras el duro golpe asestado durante la pasada guerra.
Su argumento, basado en la novela de Luigi Bertolini, Ladri di biciclette (Ladrones de bicicletas, en España se tradujo erróneamente como Ladrón de bicicletas), nos habla de Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), un desempleado padre de familia que intenta conseguir un trabajo para echar adelante a los suyos. Tras conseguir uno pegando carteles por la ciudad, le dicen que necesita una bicicleta. Para ello, empeña todo lo que tiene para conseguirla. Desgraciadamente le roban la bici en su primer día de trabajo, por lo tanto deberá recuperarla lo antes posible si no quiere quedarse sin el empleo. Con la ayuda de varios amigos, su esposa Maria (Lianella Carell) y sobre todo de su hijo Bruno (Enzo Staiola), intentarán encontrar al ladrón y a la bicicleta. Tras día y medio desistirán en su búsqueda y se planteará el dilema moral de robar o no otra bicicleta. Finalmente, Antonio termina por verse obligado a convertirse en un ladrón, pero es capturado por la gente y humillado públicamente ante los ojos de su hijo.
El film fue uno de los mayores éxitos de la época (su estreno fue en 1948), sin duda fue el mayor éxito europeo de la década, una película de la que se habló durante años (y como podéis observar aún se habla), ni el cine americano había conseguido tal éxito en el viejo continente y rápidamente en Italia se popularizó la frase de “De Sica ha hecho por Italia tanto como Garibaldi”. Tengamos en cuenta que en aquel entonces las películas de esta temática no eran habituales en las salas de cine, mucho más centradas en el entretenimiento y cargadas de todas las producciones americanas que vivían su momento de oro y el boom del star system.
Como anécdota, David O. Selznick, mítico productor hollywoodiense (Lo que el viento se llevó), intentó invertir una gran cantidad de dinero en la producción del film con la condición de que lo protagonizara Cary Grant. De Sica se negó, sin embargo dijo que aceptaría si pudiera contar con Henry Fonda, a lo que Selznick se negó.
Por lo tanto, De Sica contrató a un obrero de la construcción llamado Lamberto Maggionari para interpretar al desgraciado padre. Curiosamente, la interpretación de Maggionari resultó ser espléndida; “De una sobriedad similar a la que Clint Eastwood tendría varios años después”, puntualizó (quizás desmesuradamente) José Luís Garci. Para el papel del hijo escogió a un niño callejero que respondía al nombre de Enzo Straiola, su papel es magnífico, real como pocos se hayan visto, de nuevo recalco que gran parte del mérito la tiene el director por la dificultad que plantea dirigir a un niño.
La fuerza del film recae en ambos personajes, la evolución de la relación entre ellos es brillante. El hijo, que ama y admira a su padre como a un dios, termina por quererlo sólo como a un padre tras haber visto como robaba la bicicleta y era humillado por la masa de gente. De la masa, de la sociedad y también de las instituciones se habla mucho en el film y no de la mejor manera, en él se observan varios encontronazos entre personajes de distintas clases que De Sica prefiere resolver con un toque de humor ácido (por ejemplo; en el restaurante, cuando el niño rico mira de manera altiva a Bruno mientras come unos spaghetti). Es curioso como la sociedad le da la espalda al protagonista y no le ayuda a recuperar la bicicleta pero en cambio si que se ocupa de capturarlo y humillarlo en el momento que se ve obligado a robar.
Desde la música de Alessandro Cicognini, avanzando lo que serían las composiciones de Nino Rota (El Padrino) hasta la espléndida fotografía llevada por Carlo Montuori, captando uno de los amaneceres más bellos del cine, Ladrón de bicicletas significó un antes y un después dentro del cine italiano. Con influencias de Chaplin (sobre todo Tiempos Modernos y The Kid) y Buster Keaton, figura sin duda entre una de las más grandes películas de todos los tiempos, así pues, sin la intención de extenderme más (podría escribir párrafos y párrafos sobre esta película), os recomiendo fervorosamente a que le deis una oportunidad a una de las películas más honestas, crudas y realistas que jamás se hayan rodado.
Slapstick neorrealista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario