viernes, 29 de octubre de 2010

Crónicas de Tannhäuser: El buscavidas



"Dime Bert, ¿Cómo puedo perder?
Tenías razón, no basta con tener talento, hace falta tener carácter también.
Estoy seguro de que ahora tengo carácter.
Lo encontré en un hotel de Louisville.”

Eddie Felson,
El buscavidas




Dentro del mundo del celuloide conviven farsantes con genios, veteranas rameras con jóvenes promesas, gente que entra y sale de la rueda sin cesar, suertudos, desgraciados, millonarios y mendigos, incluso proscritos. Cada uno viene de mundos distintos, posee ideas distintas y concibe el medio de una manera diferente a los demás. Robert Rossen era uno de esos directores que provenía de un mundo muy distinto al de la opulencia de Hollywood y las grandes mansiones de Beverly Hills. En sus inicios fue una prometedor pugilista, ocupación que dejaría atrás para trabajar como escritor e ingresar en el Partido Comunista Americano. Durante la década de los 30 comenzó a hacerse un nombre como guionista, gracias a ello pudo dirigir su ópera prima en 1947, Cuerpo y alma. El éxito lo cosecharía con El político (1949), film que ganó el Oscar a la mejor película y condenó su carrera.

Rossen fue un objetivo capital del mccarthismo, era el hombre ideal, no sólo formaba parte del Partido Comunista sino que también tenía raíces rusas y judías. Tras el éxito de El político fue considerado una seria amenaza contra el estado, así pues, al igual que otros colegas como Elia Kazan, fue llamado a testificar al Comité de Actividades Antiamericanas. Rossen nunca dio ningún nombre hasta 1953, cuando entregó una lista donde se leían los nombres de varios personajes de la industria cinematográfica de pasado comunista. Tras ello no tuvo más remedio que viajar a Europa donde proseguiría su trabajo con películas de menor nivel que El político. Finalmente, 1960 fue el año señalado en el que pisaría de nuevo tierra americana, esta vez con una novela de Walter Travis bajo el brazo y un proyecto prometedor entre las manos.

The Hustler, que se traduce al castellano como El timador, era el título de la novela Travis. Dicho título no nos dice más que es un timador, un estafador, un embaucador, apartando a un lado el amor que el protagonista siente por el tapete verde, el taco y el sonido de las bolas cuando chocan entre ellas. Aquí se tradujo como El buscavidas, un título correcto para un granuja que se dedica a ir de antro en antro buscando algún primo al que desplumar. Rossen traía una historia que le iba como anillo al dedo, un relato enterrado en los barrios bajos de la ciudad de Nueva York, en sus humeantes y oscuros billares repletos de gente que encarnaban lo que era "la otra América", decadentes personajes que no conocen más que el color del dinero. Un film cargado de un profundo contenido moral y un buen puñado de nihilismo.

Eddie Felson, o mejor dicho, ‘Rápido’ Felson (Paul Newman) es nuestro buscavidas. No es más que un perdedor, un granuja, un golfo callejero que busca ganarse la vida a costa de unos cuantos incautos que creen que pueden vencerle en la mesa de billar. Eddie no es sólo un grandísimo jugador, sino también un personaje magnético y atractivo, un farsante, un fanfarrón, un actor que sabe como manejar a su público, sobre todo como despojarlo de todos sus billetes. Un día decide enfrentarse al mejor jugador del país (al menos en el circuito no profesional) para probarse a si mismo, el Gordo de Minnesota (Jackie Gleason). La partida, que se prolonga hasta 40 horas, termina por arruinar a Eddie, el cual sale como perdedor a causa de su inexperiencia. Deambulando por las calles se topa con una chica solitaria llamada Sarah Packard (Piper Laurie). Ella parece ser la chica que le ayudará a reconducir su vida, sin embargo no hace más que hundirla más en el fango, llegando al extremo de no tener un solo centavo en los bolsillos. En ese preciso instante aparece Bert Gordon (George C. Scott), un buitre que quiere aprovecharse del talento de Eddie haciéndole una propuesta difícil de rechazar. Eddie la acepta sin saber que ha tomado un billete directo hacia el desastre.
El film fue éxito para la crítica aunque su paso por taquilla fue mucho más tímido. Eso no impidió que se llevara dos Oscar (en 1961) por la dirección artística y la fotografía, ambas esenciales en el film a la hora de recrear la turbia atmósfera en la que se desenvuelve la historia. El film contó con 6 nominaciones más, entre ellas la de mejor actor principal para Paul Newman, estatuilla que no se llevó hasta El color del dinero (1985) (cuando realmente lo merecía en El buscavidas), secuela de este mismo film dirigida por Martin Scorsese.

La fotografía fue llevada por Eugen Schüfftan, quizás su nombre no os suene para nada pero fue uno de los mejores creadores de efectos especiales del expresionismo alemán, uno de sus primeros trabajos fue Metrópolis ni más ni menos. Sin la luz, el film no habría sido el mismo, no hay más que mirar a las lámparas que cuelgan sobre las mesas de billar para darse cuenta del ambiente en el que el film nos introduce. Los billares terminan por convertirse en guaridas de murciélagos iluminadas a base de tungsteno, ambientadas con humo de tabaco y whisky a raudales.
 
A parte de todo ello, la película reparte muy bien su peso entre todo el elenco de personajes. Seguramente, la mayor virtud de Rossen fue la elección de grandes secundarios. Gracias a ellos el personaje de Newman se torna legendario, inconfundible y mítico. El arranque del film nos invita a pensar en el sueño americano, en el personaje que sale de la nada y llega a ganarlo todo, no obstante, el ritmo trepidante de la película va aminorando a la vez que nuestro protagonista va demostrando un errático comportamiento. Por otro lado, el inicio de la “otra historia” arranca con la aparición de Sarah, con la que mantiene una relación de puro interés, de hecho es complicado afirmar que son una pareja. El carácter autodestructivo de Eddie, unido a la adicción que ambos tienen por la botella deterioran considerablemente la relación llevándola a un pozo sin fondo; “Nosotros acabamos de firmar un contrato de mutua tristeza”, es la frase que Sarah en un papel. El de ella es un personaje sacrificado, un personaje destinado a morir, la llave para que Eddie pueda resurgir de sus cenizas y logre ganar a su mayor enemigo, él mismo.

La otra historia está a pie de calle, en los rostros de los sujetos que deambulan por los billares esperando salir de allí con un par de dólares más en el bolsillo. El afán que Eddie tiene por ganar no se ve recompensado, la delgada línea que separa la victoria del fracaso es totalmente invisible. La vida se diferencia entre los momentos en los que tienes un dólar en el bolsillo y los que no, esa diferencia puede distinguirse incluso en el trato lumínico del film, se plasma en las expresiones de los personajes, en el dinamismo de los diálogos. Aquí entra George C. Scott (siempre me gustará este actor), que interpreta a Bert Gordon, un diabólico personaje que busca talentosos perdedores para chuparles hasta la última gota de sangre. Bert no tiene ninguna historia que soportar en su corazón, no le preocupa nada más que su dinero, es un proxeneta del taco, un experto contador de billetes, un grandísimo cabrón. La presencia de Bert pulula amenazante por la película durante su primera mitad, aunque no es hasta el último tercio del film cuando su incursión en la vida de Eddie se torna catastrófica.

El buscavidas nos cuenta una historia atípica para lo que Hollywood solía hacer en aquella época. Rossen dirige un film que en muchos momentos nos sienta como un derechazo directo a la garganta, demostrando su pasado como boxeador, retratando los barrios olvidados de Nueva York, trasladándonos bajo el son del jazz hacia una gris y triste decadencia. Todo se divide en ganadores y fracasados en una película en la que el dinero aparece en todo momento (estaría bien contar cuantas veces aparece), billetes manoseados por personajes detestables, o mejor dicho, pervertidos, retorcidos y lisiados.

Fue la penúltima película de Rossen, en ella Piper Laurie completa un papel que le convirtió en una nueva promesa del cine, este fue el film en el que por primera vez podemos sentir muy profundamente la mirada de un Paul Newman sublime. Sin duda parece haber llegado a destiempo, lejos de la época dorada del cine negro, dotada de un alma épica y optimista como todo film que tenga que ver con el juego o el deporte, cargada de una gran dosis de existencialismo.

Puro talento, puro carácter.

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