“¡Adrian! ¡Adrian! ¡Adrian!”
Rocky Balboa, Rocky
¡Sacudámonos el polvo, alcémonos todos y levantemos los brazos al son de las trompetas de Bill Conti! Es imposible no prestar atención a la magnética portada de Rocky. Quizá esa sea una de las imágenes más emblemáticas de los 70, esa en la que Sylvester Stallone alza los brazos ante la despertina ciudad de Filadelfia que está a punto de presenciar el nacimiento de una estrella legendaria, un pugilista que ha tenido que luchar contra los puños de la vida para alcanzar el anhelado éxito. Esa historia no difiere en absoluto de la verdadera historia del actor que se esconde tras la piel de Rocky Balboa, esa es la historia de un Sylvester Stallone que apareció en la escena de la noche a la mañana convertido en una superestrella de Hollywood, batiendo todos los récords de taquilla con una película que se catalogó de clásico nada más haber sido estrenada.
Aunque muchos no lo sepan o no lo recuerden, Stallone ganó un Oscar como mejor guionista con el trabajo de Rocky. De hecho, Rocky ganó dos Oscar más, uno a la mejor película y otro al mejor director, eso sin contar con las innumerables nominaciones que se llevó por la cola. Esto lo digo porque Rocky es una película malmirada desde la distancia y amada en la cercanía. Las secuelas de Rocky han devaluado la imagen que se tiene del film, asemejándolo y relacionándolo a la típica película de entrenamientos, luchas, acción, músculo y besuqueo. No obstante, esta primera entrega guarda en su interior un profundo drama protagonizado por una serie de personajes que pertenecen a la clase más humilde, que ganan lo suficiente para sobrevivir y no por ello renuncian a sus sueños (quizás esta era la historia que esperaban de Barton Fink).
Stallone en los 70 no era más que un desconocido actor que había hecho pequeños papeles en televisión y podía presumir de algún que otro momento en la gran pantalla en películas como Bananas (1971). No ganaba mucho y no tenía apenas espacio dentro de la industria, por ello, tras reflexionar sobre los 20 dólares que le quedaban en su cuenta bancaria decidió tener su propia aventurita con el porno. Party at Kitty and Stud’s (1970) fue la película pornográfica en la que participó, aunque es más conocida como The Italian Stallion (El semental italiano), título con el que fue rebautizada para aprovechar el tirón de Rocky. En 1974 comenzó su carrera como guionista, escribiendo pequeñas piezas para televisión en las que ejercía de dialoguista.
Un año más tarde presenció en televisión la pelea que le inspiró para crear Rocky. En ella luchaba Muhammad Ali contra Chuck Wepner, un humilde boxeador oriundo de la pequeña localidad de Bayonne (New Jersey). El sangrador de Bayonne (mote por el que se conocía a Wepner) obligó a Ali a esforzarse lo máximo posible, forzando la pelea hasta el décimo quinto y último asalto, donde por fin derrotó a Wepner por K.O. técnico. Como dije antes, esta fue la pelea que inspiró a Stallone para escribir el guión de Rocky, el cual tuvo listo tras un par de semanas y llamó la atención de un gran número de productores.
Entre ellos estaban Irwin Winkler y Robert Chartoff, los cuales fueron los únicos en aceptar a Sylvester Stallone como protagonista del film, desestimando a actores de gran categoría como Ryan O’neal, Burt Reynolds o Robert Redford (que también fueron descartados por cuestiones de presupuesto, todo hay que decirlo). Así pues, con un millón de dólares de presupuesto, muchísima ilusión y esperanzas puestas sobre el proyecto, John G. Avildsen (director contratado para el proyecto) tomó las riendas de Rocky, un film que correría el mismo destino que su autor y su protagonista, irrumpiendo en la escena desde lo más bajo y alcanzando el éxito más absoluto.
Rocky Balboa (Sylvester Stallone) es un boxeador de tercera categoría que vive un apartamento de mala muerte al sureste de Filadelfia. Su carrera en el ring parece que está por terminar antes siquiera de haber comenzado, además, su mayor fuente de ingresos es como matón a sueldo. Su entrenador, Mickey Goldmill (Burgess Meredith), insiste en que podría llegar alto si se esforzara en cuerpo y alma al boxeo, sacando el máximo partido a su zurda y manteniendo un estado de forma óptimo. Mientras tanto, Rocky vivirá un romance con Adrian Pennino (Talia Shire), una chica extremadamente tímida que trabaja en una tienda de animales. Adrian es la hermana del mejor amigo de Rocky, Paulie (Burt Young). A todo esto, Apollo Creed (Carl Weathers), campeón de los pesos pesados, recibe la noticia de que su próximo oponente se ha roto la mano. Apollo intenta buscar un nuevo contrincante pero todos rechazan la oferta por el poco tiempo que queda hasta el día de la pelea (6 semanas). Por ello decide escoger a un boxeador desconocido, el cual será (obviamente) Rocky, escogido nada más por ser italo-americano y poseer uno mote simpático; “el semental italiano” (doblado aquí como “El potro italiano”). Rocky tendrá la oportunidad de su vida, el momento y lugar idóneos donde demostrar su valía, la única salida a una vida con muy poco futuro se decidirá sobre el cuadrilátero.
El film llegó a recaudar 225 millones de dólares, batiendo todos los récords de taquilla hasta entonces, por otro lado fue abrazada por la crítica que se ocupó de engrandecer la figura de Stallone, declarándolo como una de las estrellas más prometedoras de la década, comparándolo a actores de la talla de Robert De Niro o Jack Nicholson (ilusos). El éxito de Rocky hizo que la película dejara de ser una mera película para pasar a ser una leyenda.
Muchos se sorprenderían al saber que en el 2006 el guión de Rocky fue colocado en el puesto número 78 de los mejores guiones de la historia por el Gremio de escritores-guionistas de América. Tal vez fuera el hambre, tal vez la desesperación, pero Stallone vio la luz aquel día y derrochó toda su alma en una obra maravillosa que perdurará para siempre. Lo que queda claro es que la carrera de Stallone no ha seguido la misma línea que prometía la crítica, enfrascándose y estancándose en el cine de acción, desaprovechando las oportunidades brindadas con proyectos que bien podrían haber relanzado su carrera. No obstante, todas las interpretaciones del film son fantásticas, incluida la de un Stallone adormilado que lucha día a día por sobrevivir en los barrios bajos de Filadelfia. Destacaría la dulce relación amorosa entre Rocky y Adrian, melosa y entrañable como pocas se hayan visto. Los dos caen en un enamoramiento idiotizador que enriquece muchísimo el drama de Rocky, protagonizando escenas inolvidablemente lacrimógenas que erizan los pelillos a cualquiera, creando un vínculo entre ambos imposible de desentrelazar.
También llama la atención lo variopintos que son todos los personajes, cada uno con una personalidad bien distinta, una panda de outsiders que pululan por la vida con un rumbo bastante poco prefijado y que encuentran en Rocky su razón de ser. De entre todos ellos destacaría a Paulie y Mickey, amigo íntimo y entrenador de Rocky respectivamente. Éstos son capaces de darnos lástima y repugnarnos al mismo tiempo, pueden ser unos valiosos aliados como un lastre del que desprenderse, unos personajes de una asombrosa dualidad que no se mueven más que por el interés propio.
Pero lo más valioso de Rocky reside en la épica, el amor, en la mítica banda sonora de Bill Conti y en el afán de superación de un personaje que lo tiene todo perdido. Durante los setenta y tras el fin del código Hays, el cine americano tendió a poner entredicho valores como el honor, el respeto o la dignidad (entre otras muchas cosas) en muchos de sus films, despojándose de la moralina y rompiendo las fronteras que antes tenían prohibido sobrepasar. Rocky aúna todos esos valores en un personaje olvidado y marginado por la sociedad que termina por resurgir cual ave fénix de sus cenizas para asestar una lección moral a toda la sociedad americana. Una vez más el esfuerzo, la perseverancia, el valor y la valentía son los pilares de una obra que podría resumirse también como un símbolo vivo del sueño americano.
Rocky implementó una serie de conceptos sobre el boxeo que aún hoy se conservan y del que maman la mayoría de películas del género, siendo tan conocidos por la amplia mayoría del público que han terminado por caricaturizar toda la iconografía del film, un lastre que del que nunca se podrá librar. Sin embargo, pocas películas han conseguido llegar a tanta gente habiendo volcado en ella tanto corazón y empeño, dando como resultado un film tan maravilloso como indeleble, creando un ser legendario que perdurará en la bóveda celeste del celuloide por los tiempos de los tiempos.
Una historia entre un millón.
1 comentario:
¡¡Grande!!
¡La habré visto veinte veces! Una película muy infravalorada.
Publicar un comentario