miércoles, 15 de diciembre de 2010

Crónicas de Tannhäuser: Cowboy de medianoche





“Te ves muy bonito, encanto, muy bonito.
Haz orgullosa a tu abuelita.
Vas a ser el vaquero más guapo de todo el desfile.”


Sally Buck, Cowboy de medianoche.



A lo largo de la vida vamos conociendo personas que inevitablemente van dejando su sello en nuestro interior. A algunos los recordaremos más, a otros menos, muchos de ellos nos sorprendieron gratamente y otros, bueno, digamos que intentamos olvidarlos. Lo mismo pasa con las películas, puede que encuentres el amor (la película) de tu vida a la vuelta de la esquina, y si no es así, siempre nos queda la esperanza de encontrar algo aún mejor, algo que nos toque aún más el alma. Seguramente sea ese el mejor resumen de mi experiencia con Cowboy de medianoche, cuando la vi por primera vez poco después de cumplir los dieciocho en una madrugada junto con varios amigos.

No sé si lo que me atrapó en el film fue el arranque con el lamento de Everybody’s Talkin’ At Me de Harry Nilsson o el porte de John Voight al andar por Texas antes de emprender su viaje hacia Nueva York. Lo que sé es que allí, durante aquella oscura e improductiva madruga, rodeado por innumerables botellas de cerveza y cientos de cigarrillos que impregnaban el ambiente, reinó el silencio durante dos horas desgarradoras. Cowboy de medianoche (término utilizado en la jerga para definir a un prostituto) es un film que se siente a flor de piel, no es sólo otro gran film sobre “la otra América”, también guarda en ella un punto de vista rompedor (ahora bastante generalizado) para la época que retrata la Gran Manzana como una gran cloaca repleta de luces de neón, drogas y decadencia.


Todo ello nace de la mente de un misterioso y polifacético novelista llamado James Leo Herlihy. En su haber se cuentan nada más que tres novelas, la mayoría de su trabajo se ubica en la década de los sesentas, época en la que combinará su trabajo como escritor junto con una tímida carrera como actor. De esas tres novelas dos se llevaron a la gran pantalla, una de la mano de John Frankenheimer y protagonizada por Warren Beatty titulada Su propio infierno (1962), la otra es (obviamente) Cowboy de medianoche, novela escrita en 1965 que llamó la atención de varios productores de Hollywood y tuvo un discreto éxito en EEUU. Fue entonces cuando Kenneth Utt y Jerome Hellman se apropiaron de los derechos de la novela con la intención de adaptarla a la gran pantalla. El encargado para adaptarla fue el veterano Waldo Salt (The Philadelphia Story, Serpico), logrando firmar uno de sus trabajos más importantes pese a que arriba comenzaban a temblar las piernas de ambos productores ya que no tenían la seguridad de que pudieran exhibir el film por su escabrosa temática.



El director John Schlesinger y los productores ejecutivos terminaron por decantarse por un joven (y casi desconocido) actor neoyorquino que cuadraba a la perfección en el papel de tejano atractivo y bobalicón, por supuesto hablamos de John Voight. Por otro lado, el papel estrella estaba coleccionando un montón de negativas. De entre tanto barullo de nombres surgió Dustin Hoffman, que saltó a la fama pocos años antes con El graduado (1967), aunque en este caso la negativa vino de parte de los productores. Sin embargo, Hoffman no estaba dispuesto a aceptarla y pidió que le hicieran un casting en plena calle para que pudieran verle actuar en el mismo lugar que su personaje. Una vez citados en una esquina de Manhattan, los productores esperaron la llegada de Hoffman durante minutos. Poco más tarde se fijaron en un andrajoso personaje que caminaba cojeando entre el tumulto, pidiendo dinero a todo el que pasase por su lado, buscando unas monedas en la cabina telefónica e insultando al típico conductor que se pasa de frenada al doblar la esquina. Finalmente se acercó a los productores y se presentó, aclarando las dudas de Utt y Hellman, que tras la convincente interpretación de Hoffman aún no estaban seguros de si era él o no. Con ambos actores como cabeza de cartel bajo el brazo y unos escasos tres millones bajo el otro, emprendieron su particular viaje hacia la salvaje Nueva York con la esperanza, al menos, de que pudieran exhibir el film una vez concluido.

La historia arranca en un pequeño pueblo de Texas, cuando el lavaplatos Joe Buck (John Voight) se dirige a Nueva York convencido de que las mujeres de la gran ciudad no pasarán por alto la presencia de un semental tejano que pueda llevarlas al séptimo cielo a cambio de unos cuantos dólares. El ingenuo cowboy irá desinflándose a medida que pasen los días en la Gran Manzana y tras una serie de encuentros desalentadores. Es entonces cuando sus esperanzas de vivir como un marajá gracias a su percha y encanto tejano pasarán a segundo plano. Ratso Rizzo (Dustin Hoffman), personaje de nombre harto complicado de pronunciar, conocerá a Joe y le guiará por las entrañas de la gran ciudad, sumergiéndole en las noches de neón y mostrándole la crueldad de la metrópoli. Entre ambos surgirá una gran amistad, compartirán el cuchitril en el que vive Razzo y lucharán codo con codo por sobrevivir en la despiadada Nueva York.



Su estreno en 1969 fue uno de los más sonados del año, recopilando críticas y reacciones por doquier que catalogaban al film de “sórdido” o “extremadamente decadente”. Su proyección se llevó a cabo en pocos cines de EEUU ya que el fim fue catalogado X por los espinosos temas que trataba como la homosexualidad, la prostitución o el retrato de una Nueva York que se aleja bastante de la típica postal de los rascacielos. Meses más tarde la película recibió siete nominaciones a los Oscar, de las cuales ganaron tres y se convirtió así en la única película X ganadora de un Oscar (tres en este caso); uno al mejor director, otro a la mejor película y el último para el mejor guión adaptado. Su éxito por los festivales (también ganaron el premio OCIC en el Festival de Berlín) llevó a una reflexión que terminó por cambiar la catalogación del film a R. Tras ello, su éxito comercial demostró que el público estaba totalmente preparado para enfrentarse a una de las películas más descarnadas y crudas de la década de los sesentas, recaudando 45 millones de dólares.

Gran parte del éxito del film reside en los trabajos del director británico John Schlesinger y el guión de Waldo Salt. El primero de ellos consigue retratar una Nueva York insalubre, oscura, peligrosa y despiadada que termina por dinamitar el destino de nuestros protagonistas. A base de neones, humo, fiestas nocturnas y drogas a mansalva, el director nos entrega en bandeja uno de los mejores trabajos que se han hecho con la ciudad de Nueva York como escenario, entre otras cosas, porque consigue convertirla en la verdadera antagonista de la película. En segundo lugar, Salt captó el espíritu de la novela original sin perder un ápice de emoción o sentimiento en su transformación en guión cinematográfico. Cowboy de medianoche nos habla de los sueños perdidos, de la terrible caída a los infiernos de la realidad; ¿Cuántas veces hemos intentado hacer algo y hemos sido incapaces de lograrlo al chocarnos con la cruda realidad?


Y de esto último Voight hizo una excelentísima interpretación. Reside en su personaje un sutil punto cómico, ya sea por sus piernas arqueadas o su traje de vaquero mientras pasea por Manhattan, el caso es que su historia y su personaje se dirigen irremediablemente a la oscuridad. Lo que en un principio puede parecer un arranque alentador y “curioso” con un cowboy haciéndose el dueño de la metrópoli, se torna en una patética y desgraciada postal sobre un joven e ingenuo tejano que fue a la gran ciudad con grandes sueños y ha terminado ganándose la vida vendiendo su cuerpo incluso a hombres.

Le acompaña una rata callejera (Razzo) que se arrastra por las calles pidiendo calderilla o alguna colilla a la que echarle una última calada. Tísico y tullido, el personaje de Hoffman no hace más que corroborar su inconmensurable talento interpretativo, seguramente estamos ante uno de sus mejores papeles. Hoffman, cual camaleón, se sumerge entre el gentío como uno más, su presencia en pantalla es casi tangible, transportándonos de lleno a los lúgubres callejones que transita, sintiendo el frío de las noches neoyorquinas, sufriendo a cada momento por conseguir un par de dólares que llevarse al bolsillo.

Cowboy de medianoche recoge con éxito innumerables detalles que conforman el contexto de la época en la que se estrenó el film. La psicodelia, las drogas entre los jóvenes (y no tan jóvenes), la cultura hippie y la homosexualidad, se ven reflejados como puntos importantes de la trama en algunas escenas del film (la más clara, la de la fiesta del círculo Warhol). No obstante, Schlesinger centró toda su atención en la relación entre ambos, la cual sobra decir que es conmovedora como pocas se hayan visto, será que cuando a algunos les llega el agua hasta el cuello deciden juntar codos y salir juntos adelante en lugar de acuchillarse por la espalda. Depresiva, descorazonadora e incluso desagradable, muchos son los adjetivos que podrían definir parte del film, sin embargo yo prefiero catalogarla como genial, sinceramente y aunque parezca el típico tópico, es un film que no deja a nadie indiferente.

Y así concluyó la noche, a eso de las tres de la mañana. Algunos estaban en el sofá seducidos por Morfeo, otros miraban la pantalla seriamente, en silencio, esperando quizá que alguien rompiera el silencio. Yo me limitaba a mirarla fijamente, con semblante serio y un cigarrillo consumiéndose entre mis dedos, sabía que algo de mí había quedado preso en esa pantalla, y que nunca lograría recuperarlo.

La mejor película X de la historia.


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