“¿Un niño? Fumo y esnifo. He matado y robado. Soy un hombre.”
Filé-con-patatas, Ciudad de Dios
Aprovechando que el pasado miércoles se cumplió un año desde la primera entrada a la web con el breve (más bien raquítico) análisis de Blade Runner, hoy fijaré los ojos en una obra mucho más reciente que merece su sitio entre las más grandes del celuloide.
Seguramente cada cierta y aleatoria cantidad de años, los astros se alineen, las aguas se abran y las musas inspiren a ciertos personajes para que así, sin más, brote una obra maestra de donde sea. Brasil, principios del nuevo siglo, país poco acostumbrado a grandes producciones cinematográfica (el culo del mundo en lo que a cine se refiere). Por otro lado muy acomodado en el terreno televisivo, donde las parrillas podrían dividirse entre culebrones y fútbol. Su cine brillaba por su ausencia y sus leyendas seguían íntimamente ligadas al mundo balompédico y a la bossa nova, aún continuábamos mirando las postales de Río con la misma pasión que Sam Lowry transpiraba por sus poros en Brazil, un paraíso lejano al alcance de unos pocos privilegiados.
De entre la maraña de productores y realizadores televisivos surge un arquitecto, director de cine por vocación, llamado Fernando Meirelles. Fernando, enamorado de pies a cabeza de la novela de Paulo Lins (Ciudad de Dios), decide llevarla a la gran pantalla. No obstante, la novela no es moco de pavo, sobre todo en lo que se refiere al número de personajes que pulula alrededor de los 350. La novela de Lins, basada en hechos reales, recoge de cada personaje una historia y hace una historia de cada personaje, hilvanándolas entre ellas para terminar creando un entramado de subtramas que construyen una inmensa ópera sobre la violencia en la favela de Río. Dicho esto, ¿Quién mejor que un arquitecto para construir tan magna y compleja obra?
El encargado de adaptar el guión fue Bráulio Mantovani, que terminó por cerrar un guión no lineal repleto de flashbacks e historias satélite que convierten al film de Meirelles en (como bien dijo Kurosawa) una riquísima esfera multifacética. El ritmo del guión es incesante, la claridad de los personajes agudiza y allana una narración ya de por sí muy liosa, consiguiendo sintetizar el lomo de la obra en poco más de 120 minutos. Tal guión requería de una buena mano en el montaje. Meirelles apostó por un primerizo en esto del cine, un entusiasta capaz de transmitir el sublime ritmo del guión en un montaje de libro, un trabajo que ha sentado cátedra influyendo en posteriores obras del género. Así pues, Daniel Rezende se convirtió en la última pieza del particular “trío ternura” compuesto también por Meirelles y Mantovani. Tras su mano se pudo reflejar el amor por los filmes operísticos de construcción no lineal de los ochenta y noventa, así como lo fueron Érase una vez América (1984), Uno de los nuestros (1990), Pulp Fiction (1994) e incluso Amores Perros (2000).
Meirelles, empeñado en rodearse de lo mejorcito del lugar, no dudó en abrirle las puertas a la co-dirección a Kátia Lund, realizadora brasileña que ya había trabajado anteriormente con el director y que apuntaba buenas maneras como documentalista (al igual que Meirelles, dicho sea de paso). La guinda del pastel recayó en la contratación de César Charlone, reputado (y veterano) director de fotografía uruguayo que nos regaló un estupendo (y asepiado) retrato de las favelas de Río a través de su objetivo.
Para los que no la hayan visto (si es que hay alguien), una recomendación, vedla. Ciudad de Dios es un film que captura los inicios de la violencia callejera de la favela de Río desde los sesentas hasta los ochentas. Nuestro protagonista es Buscapé (interpretado por Luis Otávio en la etapa de niño y Alexandre Rodrigues en la edad adulta), un chavalín que forma parte de la primera hornada de inmigración a las favelas de las grandes ciudades de Brasil. El hermano de Buscapé formará parte de la primera y muy romántica banda de la favela, el Trío Ternura. Alicate (Jefechander Suplino), hermano de Buscapé, Marreco (Renato de Souza) y Cabeleira (Jonathan Haagensen), son los integrantes de una banda que se ocupa de robar dinero y suministros que se repartirán entre los más necesitados de la favela (un trío de Robin Hoods). Este ideal trío tendrá sus días contados con la llegada de Dadinho (Douglas Silva), ambicioso chaval sin escrúpulos que busca desde muy temprana edad en convertirse en el dueño de la favela. Su mano derecha y mejor amigo, también hermano de Cabeleira, Bené (Michel de Souza (niño) y Phellipe Haagensen (adulto)), le acompañará en la mayoría de sus tropelías, hecho que les unirá hasta convertirse casi en hermanos. El tiempo pasa y Dadinho crece al igual que su poder en la favela. Su megalomanía le lleva al punto de considerarse un semidiós inmortal, rebautizándose como Zé Pequeño (Leandro Firmino). Por otro lado tenemos a Cenoura (Matheus Nachtergaele), cabecilla de la otra gran banda de la favela con el cual Zé luchará para tomar el control de ésta. Mientras tanto, Buscapé intentará sumarse a la guerra, sin embargo, su ética y sus valores le echarán abajo todos sus intentos, obligándole a buscar su destino por derroteros tan distantes como el fotoperiodismo. A todo esto aparecerá Mané Galinha (Seu Jorge), ex-integrante del ejército brasileño que presume de una gran catadura moral que, dolido por el asesinato de su novia se unirá a la lucha junto a Cenoura. Su entrada en el conflicto desatará una guerra sin precedentes que pondrá contra todo pronóstico a Buscapé en el ojo del huracán.
Me remito de nuevo al inicio de este análisis. Meirelles consiguió crear una obra maestra inspirada en las obras de sus referentes capitales, no obstante, la personalidad propia del film la alejó del resto y la convirtió en una de las mejores películas del género “gángster” de lo que llevamos de siglo. Su ambiente, la atmósfera, el continuo sonido de disparos perdidos, la samba, nos introducen en un mundo terrorífico donde tiene sitio la acción, el amor, el drama y una profunda crítica social. Bajo una fina piel de ficción subsiste un alma documental durante todo el film, rodado en la mismísima favela de Ciudad de Dios y con un gran número de actores extraídos directamente del lugar, Meirelles y Lund sentaron cátedra con un film que ha terminado por crear un subgénero reconocible por la gran mayoría del público. Su éxito fue tal, que los Oscar decidieron nominarla de manera extraordinaria en 2004 (dos años después de su estreno). Aunque no ganó ninguna estatuilla (le tocó bailar con las más feas, Mystic River y El retorno del rey), contó con la nominación al mejor guión adaptado, la mejor fotografía, el mejor montaje y la mejor dirección. El film prolongó su éxito con el lanzamiento de una serie titulada Ciudad de los hombres, que recoge el legado de su antecesora y se ubica de nuevo en la misma Ciudad de Dios.
La película nos transporta a un infierno en el cual la vida es un bien de ínfimo valor en un contexto de guerra continua donde incluso el poder se convierte en algo volátil y de temprana caducidad. El innumerable repertorio de recursos técnicos tanto en la dirección como en el montaje se ven plenamente respaldados por un brillantísimo (e inspiradísimo) guión que nos habla sobre la corrupción del ser humano en un entorno envenenado por el paroxismo de la violencia.
Los personajes viven en un mundo alejado de la realidad donde el instinto de supervivencia es el mayor bien que puede tener uno mismo. Entre ellos destacan dos personajes. El primero Buscapé, que al igual que Segismundo en La vida es sueño (Calderón de la Barca), sólo él puede escapar de ese sueño tan alejado del mundo real. El despertar de ese letargo llegará cuando Buscapé tome conocimiento de sí mismo. Este personaje intentará unirse al crimen organizado en varias ocasiones con tímidos delitos, pero más tarde se verá obligado a desistir gracias a sus fuertes valores morales y éticos, que terminarán por ser el punto de partida a escapar de un futuro repleto de violencia y bastante poco halagüeño. En cambio, Mané Galinha representa todo lo contrario. El popular personaje de la favela, respetado por todos por su rectitud, su carácter justo y loable, se desprenderá de todo su pasado, incluso de sí mismo, para saciar su sed de venganza con Zé Pequeño. Su particular descenso a los infiernos se convertirá en el detonante de la guerra en la favela de Ciudad de Dios.
Entre el gran trabajo fotográfico y la excelente banda sonora interpretada por Ed Cortês y Antonio Pinto, junto con un gran número de artistas brasileños, la película logra captar a la perfección las dos décadas en las que se centra la acción. Desde el primer momento nos dejan claro que el conflicto no es un problema que pueda solucionarse encarcelando a los delincuentes, sino que se nutre de un feedback continuo entre intereses económicos, ansia de poder y ajustes de cuentas. Las nuevas generaciones llegan desde atrás para echar abajo los endebles muros que construyeron las anteriores. Cada nueva generación es más avariciosa, más ambiciosa y tiene más sed de sangre que la anterior, provocando un continuo cambio de trono en la favela. Muchos films del género retrataron el problema en el Brasil actual, no obstante, no fue hasta 2007 cuando apareció una digna sucesora de la película de Meirelles. Esta es (como ya sabréis) Tropa de élite, de José Padilha, película que trata sobre la guerra entre las bandas armadas de las favelas contra la policía y el BOPE. En ella también trabajaron el guionista Bráulio Mantovani y el montador Daniel Rezende, dejando su sello desde el primer al último minuto del film. Aún siendo muy similares en lo que se refiere a la forma y el estilo, Tropa de élite se acerca más a lo que viene a ser un film puramente de acción, aún estando basada en un hecho real. Por supuesto, os la recomiendo, es pura dinamita.
Ciudad de Dios es una obra maestra con todas las letras, en mayúsculas, negrita y subrayado, se mire por donde se mire. Seguramente estamos ante una de las tres o cinco mejores películas de lo que llevamos de siglo, una película de obligado visionado que entusiasmará a más de uno. Como dijo la crítica brasileña: "Asistir al cine a ver Ciudad de Dios tendría que ser un deber cívico."
Viva maravilla del celuloide.
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