miércoles, 17 de noviembre de 2010

Crónicas de Tannhäuser: El gran dictador




“En este mundo hay sitio para todos.”

El barbero, El gran dictador




Sin la menor intención de menospreciar la labor de ningún cineasta del primer cuarto del siglo pasado, Chaplin sería la palabra que más escucharíamos si pidiéramos al espectador medio que nos mencionara algo en referencia al cine mudo. La influencia de Chaplin en el cine no ha sido menor que la que tuvo y tiene en la cultura popular. El genio británico copa todas las miradas en cuanto se echa un vistazo al cine americano de antes de los treintas, de hecho, se demostró que Chaplin se había convertido en la persona más famosa y conocida del mundo durante la década de los veinte. Actor, director, guionista, montador y compositor, Chaplin demostró año tras año, película tras película que era un genio inigualable, un milagro sin comparación alguna que se convirtió, como todos sabemos, en la primera superestrella de Hollywood.

Era, sobre todo, un artista con todas las letras. Su imagen se engrandeció (aún más) cuando filmó El chico en 1921, su primera película en traspasar la barrera de los sesenta minutos, también la primera en hilvanar el drama y la comedia a partes iguales sin que la narración se resintiera. Aborrecía los entresijos de la técnica cinematográfica, apostaba por la sencillez con contenido y las historias que pudieran entretener haciendo reflexionar al mismo tiempo. Su humor universal ha traspasado las barreras del tiempo, ha ninguneado modas y tendencias manteniéndose fresco aún en el día de hoy.

Sus filmes han envejecido, obviamente, pero eso no significa que ver (porque hay que verlas) La quimera del oro (1925), Luces de la ciudad (1931) o Tiempos modernos (1936) sea un tremendo martirio o el equivalente a visitar un museo. Todo lo contrario, para un servidor sigue siendo sorprendente experimentar y sentir lo vivas que siguen siendo esas historias que entretienen hoy, igual que hace ochenta años. Como siempre y referente a la película que nos pertoca, Truffaut lo resumió mucho mejor que yo: “¿Se ha quedado viejo (el film) o no? La pregunta es casi absurda y podríamos responder con un ‘sí, naturalmente’. El gran dictador ha envejecido ¿Y qué? Ha envejecido como envejeció J’accuse de Zola, como envejece un editorial político o una conferencia de prensa. Pero sigue siendo un documento admirable, una pieza única.


No quiero irme por las ramas. Empezaré por el culpable de plantar la idea del film en la cabeza de Chaplin, continuaré con la turbia situación que envolvió el rodaje y sus consecuencias sobre la persona de Chaplin.

Como dije antes, Chaplin era una estrella más que consagrada, en realidad hasta los 30 no hubo ninguna estrella que hubiera llegado tan alto como él. La entrada del sonido en 1927 le afectó sobremanera, posicionándose declaradamente en contra de su implantación y erigiéndose como el principal opositor al sonido. Poco más tarde la prensa amarilla se echó encima suyo, pasando de ser una celebridad casi intocable en los veinte a ser el blanco perfecto de la prensa sensacionalista en los treinta. Chaplin protagonizó todo tipo de escándalos que surgieron sobre todo durante el rodaje de El circo (1928), cuando su segunda esposa Lita Grey le acusaba de someterle a relaciones sexuales antinaturales, cosa que encendería las alarmas de la América más conservadora y fijaría sobre sus persona los ojos de la censura, la mirada de William Hays. De este modo la figura de Chaplin se vio enturbiada por las habladurías, aunque eso no hizo que sus siguientes producciones fueran también grandes éxitos (Luces de la ciudad y Tiempos modernos), no obstante, el peso del sonido caía sobre él y se estaba replanteando su postura con respecto a ello.

Aquí intervino el productor Alexander Korda, que en una entrevista en 1937 subrayó el parecido entre Charlot (el personaje que Chaplin interpretaba) y Adolf Hitler. Esta idea rondó por la mente a Chaplin, a obsesionarle incluso, ya que el parecido no era tan simple y casual; medían lo mismo (1’65 m), pesaban más o menos igual, habían nacido en la misma semana del mismo mes del mismo año (Abril de 1889) y para rematar, compartían el mismo bigote, de hecho, sobre esto último Chaplin comentó que, “Hitler copió mi bigote.


Visto el éxito de Tiempos modernos, donde el director se enfrascó en una historia con un alto contenido crítico sobre la deshumanización concerniente a la industrialización y el auge tecnológico, Chaplin terminó por dar el primer paso e iniciar los preparativos para rodar El gran dictador. La película sería una sátira sobre el nazismo que terminaría por perfilarse como un eficaz alegato antibelicista con el objetivo de despertar la conciencia democrática de la amplia mayoría del público, utilizando las barbaridades que Hitler vomitaba por su boca en sus intensos discursos políticos como contrapunto. Obviamente no iba a ser pan comido y pronto le llovieron las críticas desde todas partes, incluso recibió amenazas de boicot al rodaje que provocaron que la United Artists le presionara para no filmar la película, hecho que le obligó a rodar en secreto, envolviendo la producción en un hermetismo absoluto.

Por otro lado, Estados Unidos aún no se había posicionado en el recién iniciado conflicto de la II Guerra Mundial (recordemos que estamos 1939). Por ello y por lo útil que Hitler resultaba como contención al gigante soviético, el gobierno americano implementó un proceso de exhaustivo seguimiento a todas las obras artísticas, material de prensa y personajes que podían ser un peligro para la nación. Con ello se aseguraban impedir que nada de lo que se emitiese hacia fuera de las fronteras de EEUU tuviera un contenido antihitleriano o antifascista. El hecho de dar el pistoletazo de salida con el proyecto empeoró las relaciones con el Comité de Actividades Antiamericanas, con lo cual se puede afirmar que este film fue el principio del fin para Chaplin en América (terminó por ser exiliado en 1947). Según se cuenta, Chaplin estuvo a punto de abandonar el rodaje del film en varias ocasiones hasta que un día recibió la llamada del presidente Franklin D. Roosevelt manifestándole su más sincero apoyo, alentándolo a continuar con el rodaje del film, desoyendo las amenazas e improperios que vertían desde la prensa sobre su persona. Este suceso le animó a continuar con la filmación tomándosela más que como una simple película, como un deber moral.

Finalmente el director británico pudo contar la historia del barbero judío (Charles Chaplin) que regresaba a su ciudad tras haber permanecido 20 años en un hospital. Una vez regresado, reabre su pequeña barbería ubicada en el ghetto. Allí descubre que su país (Tomania) está siendo gobernado por un dictador llamado Adenoid Hynkel (Charles Chaplin) que siente un odio brutal contra los judíos. El barbero se enamorará de Hannah (Paulette Goddard) y sufrirá el acoso por parte de las fuerzas de seguridad del estado. Un poderoso banquero protegerá el porvenir de la pajera. Schultz (el banquero interpretado por Reginald Gardiner) mientras tanto tendrá que aguantar las insistencias de Hynkel, ya que el dictador pretende que le conceda un préstamo que le allanaría el camino hacia la dominación global. Schultz se niega y esto hace que Hynkel envié al banquero y al barbero a un campo de concentración. A todo esto, el dictador de Bacteria, Benzino Napaloni (Jack Oakie), visitará Tomania y a su dictador, el cual le explicará sus planes de conquista de Osterlich. El barbero y Schultz escaparán del campo de concentración en dirección a Osterlich, sin embargo, la invasión del país se inicia en ese mismo momento. Hynkel es apresado por error por sus propias tropas a causa de su gran parecido con el barbero. Éste último será confundido por Hynkel y conducido a dar un discurso sobre el inicio de la conquista del mundo. Ese discurso es, hoy en día, historia.


El 15 de Octubre de 1940 fue el día en el que El gran dictador al fin pudo ver la luz. La película y en especial Chaplin recibieron bastantes palos por parte de la crítica (encabezada por el magnate William Randolph Hearst), sobre todo por el discurso final con el que se cierra el film, tildando a Chaplin de narcisista y megalómano al otorgarse la libertad de hablar al público como si fuera una autoridad por encima del bien y del mal. Esas críticas afectaron más bien poco a la taquilla, que estableció un nuevo récord para la cuenta de Chaplin, convirtiendo el film en el más exitoso de su carrera.

Por otro lado también pudo aguantar las acusaciones de otra gran parte de la prensa que declaraban que Chaplin abandonaba la interpretación del personaje para desenmascararse ante el público para dar un mitin antibelicista. Ciertamente no estoy del todo en desacuerdo con tales afirmaciones, aunque una vez habiendo dejado pasar el tiempo y observar ese último discurso con perspectiva nos damos cuenta de que era más que necesario. Hoy podemos constatar que es un discurso emblemático, una voz que canta al mundo un mensaje de paz y fraternidad desde la facha del cruel remedo de Hitler. Chaplin dijo; “Mientras como Charlot debía permanecer callado; como Hitler podía arengar a grandes multitudes. Una parodia de Hitler era una gran ocasión para la burla y la pantomima.

Esto último nos lleva a Charlot, el mítico personaje que Chaplin ha inmortalizado y el cual ha interpretado durante más de dos décadas, sumando decenas y decenas de films a sus espaldas. Si bien esta no es la primera película sonora del director (Tiempos modernos ya contenía sonido), si que es la primera en la que podemos escuchar su voz, la primera en la que habla. Chaplin era reacio a la idea de hacer hablar a Charlot tras tantísimo tiempo, así que decidió enterrarlo, un importante paso que le facilitó las cosas en su particular transición hacia el sonido cuando, recordemos, se cumplían 13 años después de su incursión en la industria cinematográfica.


Es innegable que este film significó un punto y a parte dentro de la carrera del artista. No sólo fue la primera película sin Charlot (aunque no lo parezca) sino que tuvo ante si la importante prueba de superar con éxito su primer film hablado. En mi opinión, El gran dictador está muy lejos de sus títulos más sonados como Tiempos modernos o Luces en la ciudad, incluso de las posteriores Monsieur Verdoux (1947) o Candilejas (1952). Su narración es un tanto perezosa, la línea argumental es tan fina que se pierde en los gags que componen el film. Todos las películas anteriores de Chaplin estaban compuestas por pequeñas escenas independientes que componen un todo. En El gran dictador muchas de las escenas que componen la película están rescatadas de sus anteriores trabajos y adaptadas a la película con la única diferencia de la inclusión del sonido.

De todos modos la importancia del documento fílmico en la historia es impresionante. El gran dictador cuenta con míticas escenas que pasaron a la posteridad como símbolos del cine. Aunque el personaje interpretado por Chaplin siga guardando grandes similitudes con Charlot o aún no haya podido adaptar su cine a los requisitos y exigencias necesarias con el sonido en aquel entonces, el genio británico lanzó un trascendental mensaje de paz al mundo entero y plantó cara al tirano de Hitler. Se dice que éste pidió que la proyectaran de nuevo una vez había concluido, nunca se supo que pensaba sobre ella, Chaplin dijo que daría cualquier cosa con tal de saber su opinión, de todos modos creo que es algo que hoy importa más bien poco.

Histórica.

Al contrario que en los anteriores filmes de Chaplin, en 'El gran dictador' lo esencial no es la actitud de Charlot ante la tragedia, sino la tragedia misma. No es el drama de Charlot, sino Charlot viviendo nuestro drama.

Manuel Villegas López.
(Crítico y ensayista)


-Os dejo con la mítica escena del globo.-

2 comentarios:

Atticus dijo...

Gran película, yo todavía me sorprendo de que se pudiera rodar. Aunque si que las hay mejoras, como bien has dicho, era muy necesario hacerla.

Anónimo dijo...

me gusto muchisimo

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