jueves, 21 de enero de 2010

Crónicas de Tannhäuser: Barry Lyndon

“Fue durante el reinado de Jorge III cuando los antedichos personajes vivieron y disputaron; buenos o malos, hermosos o feos, ricos o pobres, todos son iguales ahora.”
Epílogo de Barry Lyndon

Así finaliza Barry Lyndon. Recuerdo la primera vez que leí este epílogo, tras ello, volví al menú del DVD y puse la película de nuevo.


Corría el 2006 cuando asistía a una clase de teoría de la imagen en la universidad donde el profesor, dado mucho a irse por las ramas y perder el hilo de la clase, nos contó una historia sobre un amigo suyo que tuvo la oportunidad de trabajar con Stanley Kubrick durante la preproducción de Napoleón. Dicho amigo le comentó en su día todas las excentricidades y peculiaridades del director, entre las cuales, la más molesta e irritante eran las innumerables llamadas que recibía a altas horas de la madrugada para explicarle las nuevas ideas que había tenido para el guión, la producción o el elenco del que querría disponer. Kubrick no alcanzó su sueño y Napoleón quedó como una de tantas otras producciones que nunca se llegaron a realizar.

Sin embargo hay un antecedente, éste se encuentra en 1975, toma el nombre de Barry Lyndon y fue uno de los fracasos más importantes de Kubrick (a pesar de haber ganado 4 Oscars). Tras los éxitos cosechados con La naranja mecánica y con 2001: Una odisea del espacio, Kubrick afrontaba un nuevo reto cinematográfico al proponerse la gesta de crear un “documental del siglo XIII”; para ello se fijó en una novela llamada The Luck of Barry Lyndon que trata sobre el ascenso y la caída de un codicioso irlandés con una ambición desmesurada que recuerda mucho a Rojo y negro de Stendhal (más por su trama que por su calidad literaria).

La empresa de Kubrick era cuanto menos complicada (por no decir casi imposible), su excesivo perfeccionismo y sus obsesiones le llevaron al punto de modificar una cámara Mitchell para encajar en ella unos objetivos hiperluminosos de los que sólo disponía la NASA. Todo esto fue por consecuencia de la voluntad de Kubrick por captar perfectamente la luz de la época haciendo que la fotografía del film se basara en la iluminación natural y la luz emitida por las velas o candelabros que protagonizarían sobre todo las escenas de interiores. Esto tuvo sus consecuencias para los actores, de hecho, Marisa Berenson (Lady Lyndon) declaró: “Durante el rodaje debíamos permanecer completamente quietos o sino saldríamos de foco”.


Esto quizás fuera un problema en un principio pero pronto se convirtió en la característica más importante del film dotándolo de un aura mágica más cercana a la pintura que al cine, ésto, unido a la oscarizada y perfectamente escogida banda sonora que incluye piezas desde Schubert hasta Bach, pasando incluso por
El barbero de Sevilla, junto con el perfecto (casi insultantemente perfecto) trabajo fotográfico anteriormente detallado y llevado a cabo por John Alcott y sin olvidarnos del colosal trabajo artístico dirigido por Roy Walker hacen que cada plano de la película se convierta en una obra de arte.

Por otro lado, tras su estreno se convirtió en una de las películas peor valoradas del controvertido director. Tanto la crítica como el público les dieron la espalda aferrándose sin faltos de razón a su lento ritmo narrativo, sobre todo al compararse con la anterior película de Kubrick, La naranja mecánica.

Sin embargo el tiempo ha pasado y
Barry Lyndon ha ido cobrando cada vez más fuerza hasta el punto de situarse como uno de los films más importantes del director y para muchos es una de las obras que simbolizan la excelencia cinematográfica gracias a su ritmo aposentado y su brillante realización.


Tras el discurso del profesor decidí pasarme por la mediateca de la universidad con la pretensión de llevarme a casa la última película de Kubrick que me faltaba por ver, creo que nunca olvidaré esos zooms interminables ni esa inmisericorde voz en off que nos narraba las aventuras y desventuras de Redmond Barry.

Alabada por muchos y defenestrada por otros, Barry Lyndon es un film que no deja a nadie indiferente, una joya avanzada a su tiempo llena de una inusitada sensibilidad al alcance sólo de unos pocos elegidos.

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