jueves, 25 de marzo de 2010

Crónicas de Tannhäuser: Los siete samuráis

"Otra vez hemos sido derrotados.
Los ganadores son los campesinos y no nosotros."

Kanbei, Los siete samuráis.



El pasado martes día
23 de marzo se cumplieron 100 años del nacimiento de uno de los directores más grandes de la historia del cine; el maestro Akira Kurosawa. Su carrera como director abarcó desde la década de los cuarenta hasta mediados de los noventa y sirvió como inspiración a un gran número de cineastas, entre ellos: Coppola, Scorsese, Lucas, Leone o Peckinpah. Fue admirado por muchos y envidiado por otros tantos, sin embargo, hoy no toca hablar de su figura sino de su obra, en este caso, Los siete samuráis, la película que le convirtió en el mejor director del momento.

Viajemos al país del Sol naciente, específicamente a Tokio, 1952. Tras el reciente éxito cosechado con Ikiru (Vivir), Kurosawa se puso manos a la obra con una de las producciones más ambiciosas y complejas de toda su carrera. Este nuevo film estaría ubicado en el Japón feudal (siglo XVI) y requeriría una inversión aproximada de unos 500.000 dólares de la época, algo único para la industria cinematográfica nipona. La película costó dos años terminarla, en ella se invirtieron muchísimas horas de trabajo, sudor y esfuerzo que fueron recompensadas con el León de plata en el Festival de Venecia y con dos nominaciones a los Oscars. El film ha sido adaptado en varias ocasiones durante el paso de los años (Grupo salvaje, Los siete magníficos, Bichos). Su historia es tan conocida como lo puede ser cualquier cuento de los hermanos Grimm, Andersen u obra del mismísimo Shakespeare, seguramente sea la historia cinematográfica más universalizada que se haya escrito jamás. Actualmente, Los siete samuráis está considerada como una de las diez mejores películas de todos los tiempos.

La archiconocida historia trata sobre un poblado de campesinos que es atacado y saqueado por una horda de bandidos. El pueblo decide hacer algo al respecto mientras esperan el retorno de los bandidos. Varios campesinos viajan a la ciudad con la esperanza de reunir un grupo de samuráis dispuestos a entregar su vida por defender el pueblo. Los continuos saqueos han hecho que no quede nada de valor en el pueblo que ofrecerle a los nobles guerreros, por ello, sólo pueden ofrecerles comida y cobijo. Tras reunir a los siete, los samuráis aceptan defender la aldea más por ética y honor, que por la comida.

Los 207 minutos de película están divididos en tres partes. Las dos primeras nos cuentan la historia de los campesinos y nos relata el reclutamiento de cada uno de los samuráis. Estos últimos son bastante decadentes, visten con kimono y parece ser difícil de encontrar a uno de confianza, sin embargo, el grupo reclutado tiende la mano a los campesinos y les ofrece su ayuda de manera altruista, ciñéndose a la ética y a la valentía.

Kurosawa trata a los samuráis con gran respeto, entre otras cosas porque es descendiente de ellos y eso se ve reflejado en pantalla a la hora de retratarlos como unos seres solitarios pero honorables, autodisciplinados y contenidos. Las interpretaciones de cada uno de ellos son brillantes, desde la acción corporal, las coreografías, hasta el rictus de sus rostros.


El último bloque del film se desarrolla en la pequeña aldea. En este bloque se abandona la reflexividad de los dos anteriores para ir directamente a una batalla que dura más de hora y media. Cien minutos de un talento sin igual, una batalla sin precedentes, desde el tratamiento de la luz al uso de lluvia artificial pasando por un dominio excelente del espacio. Hay que recordar que la película data de 1954 y en aquel entonces no había tantos referentes en los que fijarse como los pueden haber ahora. Kurosawa colocó varias cámaras por toda la aldea para poder rodar toda la batalla, en aquel entonces era algo innovador. Esto le facilitó el montaje e hizo que pudiera tener todas las escenas rodadas simultáneamente en varios tiros de cámara.

Prestando atención al montaje, podremos apreciar como siempre pasa de un plano general a uno mucho más corto para volver a reubicarnos y llevarnos de un punto a otro de la aldea sin desubicarnos. Aquí reside la valentía del director al mostrarnos la batalla tal cual es, el espectador siempre sabe lo que sucede en todo momento algo que últimamente se extraña bastante. Esta técnica de montaje que dota al film de un dinamismo sin igual y que utiliza recursos como las cortinillas o el viñeteado causó furor entre un gran número de directores americanos, sobre todo Peckinpah, que siempre estuvo obsesionado en superarle: “Grupo Salvaje es una película genial montada mejor que las de Kurosawa”. Finalmente, el mejor ejemplo podemos verlo en el montaje de la primera trilogía de Star Wars. George Lucas siempre admitió su profunda admiración por el director japonés. Sin embargo, esta nueva técnica no fue bien recibida entre un amplio sector de la crítica yanqui: “Sobran planos de patas de caballo en el barro”, New York Times.


Destacaría la fuerza de cada uno de los grupos en el film (es una película grupal). Kurosawa sabía que no todo el mundo es bueno o malo, sino que siempre hay matices en todas las personas que pueden llevarnos desde la bondad a la mezquindad con un simple paso. El ejemplo de ello son los campesinos, el grupo que queda entre medio de los samuráis y los bandidos, finalmente acaban triunfando y olvidando la gesta y el sacrifico que los samuráis tuvieron que hacer, al igual que los bandidos, los samuráis terminan siendo los perdedores.


Los dos polos opuestos los encontramos entre los bandidos y los samuráis. Estos últimos son la muestra de la decadencia, usan atuendos harapientos, son pobres y pasan hambre, en cambio, los bandidos portan armaduras samurái, montan a caballo y tienen armas de fuego. El maestro nos enseña a unos samuráis que tienen la oportunidad de volver a encontrar su norte, de reencontrarse con la gloria de la batalla y ganarse el respeto y el honor que perdieron antaño.

De entre ellos es difícil quedarse con sólo una interpretación pero destacaría la presencia de Toshirô Mifune que interpreta a Kikuchiyo, un joven campesino iracundo y orgulloso que intenta llegar a ser conocido como un gran samurái. Las excentricidades de Kikuchiyo son el punto cómico del film y su presencia ameniza el drama que están sufriendo en el pueblo. Este papel le hizo convertirse en uno de los mejores actores japoneses del siglo XX.

Por contra tenemos al maestro, el siempre habitual de Kurosawa, Takashi Shimura que interpreta a Kanbei, el líder de los siete. Es el más calmado, de carácter sobrio y parco en palabras. Personifica la experiencia y la sabiduría en el grupo. La interpretación de Shimura es brillante, quizás la mejor de toda su carrera, su presencia es tranquilizadora, su figura y caminar son elegantes y sobrios.

Por último encontraríamos a Katsushirô (Ko Kimura). Es el joven aprendiz de Kanbei y el único personaje que tiene una historia a parte. Katsushirô tiene una relación amorosa con una chica del poblado que se prolonga durante toda su estancia en la aldea. Finalmente, ella se acaba olvidando de él en el momento en el cual termina el conflicto con los bandidos.
Una buena película es entretenida. Y no es demasiado complicada. Una buena película es fácil de comprender y es interesante”, Kurosawa dixit.

En Los siete samuráis, el maestro pudo explotar y combinar a la perfección su vena más visual y crispada frente a una profunda reflexión sobre el valor de la amistad, el deber y la condición humana. Haciendo hincapié en la fecha de su estreno (1954), nos damos cuenta de lo que ha trascendido esta obra maestra que ha constituido la base de toda película de aventuras, su influencia va desde los westerns de los sesenta hasta el cine de ciencia ficción de los ochenta e incluso la encontramos en producciones actuales.

Una de las cinco mejores películas de todos los tiempos.


Oro puro.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues la acabo de ver y me ha parecido una puta mierda.

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