“Se puede morir tranquilo, si uno ha cumplido su vocación”
Akira Kurosawa
Akira Kurosawa
Solo y marginado se encontraba Kurosawa en los inicios de la década de los setenta. Ya nada quedaba de su trabajo anterior, la industria le estaba haciendo vacío a uno de los directores de cine más prolíficos de la historia del cine. El director volvió a caer en una profunda depresión y a tontear con la bebida, incluso intentó quitarse la vida.
La mañana del 22 de diciembre de 1971 se levantó temprano y se dirigió al baño, una vez allí, abrió el grifo de la bañera y se introdujo en ella con su navaja de afeitar. Cubierto por el agua en aquella gélida mañana invernal, el emperador del cine se cortó ocho veces las muñecas y seis la garganta. El escándalo que provocó en la casa hizo que la asistenta corriera rápidamente hacia el cuarto de baño. Horrorizada por lo que veían sus ojos, despertó a toda la familia y cubrieron como pudieron sus heridas. Una vez en el hospital fue rápidamente atendido, su estado era grave pero iba a sobrevivir.
Kurosawa, uno de los directores que ha hecho más hincapié en valorar la vida por encima de todas las cosas, nos ha insistido en luchar por nuestros sueños, en querernos a nosotros mismos y vivir cada minuto de nuestras vidas como si fuera el último, había tirado la toalla y había decidido abandonar esta vida. Sorprendente y engimática fue la respuesta que le dio a su sobrino tiempo más tarde cuando este le preguntó sobre el terrible suceso: “Un hombre que se suicida siempre tiene una razón que llevarse a la tumba, así que no trates de descubrirla”.
En los años posteriores, Kurosawa permaneció en el olvido afrontando la gran crisis del cine japonés como podía. Le llovieron varias ofertas para volver a dirigir, sobre todo le llamaron la atención las ofertas referentes a una serie de documentales sobre la naturaleza aunque terminó por rechazarlas todas. Durante aquellos años, Kurosawa se volcó de nuevo en una de sus grandes pasiones; la pintura, tal y como si fuera un retorno a su juventud. Tiempo más tarde, el destino hizo que el cine volviera a picar a la puerta del maestro.
La productora estatal soviética Mosfilm se fijó en el director japonés para dirigir un proyecto que ya anteriormente había seducido a Kurosawa. Dersu Uzala era el título que daba nombre a la novela escrita por Vladimir Arséniev. En ella se narra el encuentro que tuvo el mismo autor con Dersu, un cazador de la tribu china Hezhen que vivía en la taiga. La relación que tuvieron simboliza un abrazo entre dos culturas diametralmente distintas, una oda a la amistad que fue llevada de manera magistral a la gran pantalla. Dersu Uzala (1975) consiguió ganar el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, como también el Gran Premio del Festival de Cine de Moscú y el David de Donatello a la mejor película del año. Finalmente se había hecho justicia y Kurosawa volvió a sorprender al mundo con una de las películas más emblemáticas con respecto al amor por la naturaleza, a las distintas culturas y a la amistad, así como otrora lo fueron Nanook el esquimal o Lawrence de Arabia. Kurosawa se había reinventado a sí mismo con un uso magistral del color y de los elementos, a partir de ahora mucho más presentes en sus obras.
Igualmente, la situación de la industria cinematográfica japonesa continuaba en standby. Kurosawa, aún habiendo ganado el Oscar no conseguía financiación para ninguno de sus proyectos, algo realmente frustrante para cualquiera, pero demoledor para una persona que respondía “la siguiente” siempre que se le preguntaba sobre su mejor película.
Otra vez el destino le tenía reservada una sorpresa para Kurosawa, esta vez, una de las sorpresas más maravillosas que jamás se hayan contado en la historia del cine, para ello debemos retroceder a 1956, concretamente a la Universidad de California donde encontramos a dos jóvenes estudiantes de cine que observaban boquiabiertos Los siete samuráis. En ese mismo instante, los dos chicos se convirtieron en fans del cine de Kurosawa y nunca dejaron de ver y aprender con su cine.
En 1979, los dos jóvenes estudiantes se habían convertido en los directores de moda de Hollywood, uno por haber dirigido las dos primeras partes de El Padrino y Apocalypse Now, el otro tras estrenar Star Wars, efectivamente eran Francis Ford Coppola y George Lucas respectivamente. El amor que sentían por el cine de Kurosawa les llevó a concertar un encuentro con el director japonés en el cual le ofrecieron la oportunidad de dirigir una película. Años más tarde, Coppola y Lucas dijeron: “Lo único que queríamos era seguir disfrutando y aprendiendo del cine de Kurosawa, para nosotros fue un maestro”.
La película, Kagemusha (1980), era un retorno al cine épico samuráis que tan buen nombre le había dado al director. El film, trata sobre la muerte de un rey que se guarda en secreto con el fin de impedir debilitar la política del reino y que sus enemigos aprovechen la circunstancia para atacar, para ello, lo reemplazan con un doble, el cual deberá de aprender todas las costumbres de palacio e imitarlo a la perfección. Kagemusha arrasó de nuevo por los festivales, llevándose entre otros premios La Palma de Oro de Cannes a la mejor película y el BAFTA a la mejor dirección.
Parece mentira que a la edad de 75 años continuara dirigiendo, no sólo eso, sino que con esa misma edad dirigió una de las películas más grandes de toda su carrera, la última gran película de una de las filmografías más brillante de la historia del celuloide. En 1985 estrenará Ran, una película basada tanto en las leyendas de Mori Motonari como en la tragedia de Shakespeare, El rey Lear. En ella nos cuentan la historia de la traición de los herederos al trono hacia su padre, el cual los desterrará y provocará una sangrienta guerra familiar. En Ran, Kurosawa mostró de nuevo su enorme talento, quizás, es la película mejor cuidada visualmente de toda su filmografía, también la más impactante y bella. Gracias a su gran trabajo fue nominado como mejor director en los Oscar, aunque finalmente se lo llevó Oliver Stone por Platoon.
Desgraciadamente, Kurosawa sufrió una de las pérdidas más importantes de su vida ese mismo año. Su esposa Yôko Yaguchi, compañera de aventuras y desventuras durante cuarenta años falleció el 1 de febrero de 1985. Tras recibir el duro golpe, Kurosawa estuvo inactivo cinco años más. Durante ese tiempo preparó tranquilamente sus últimos trabajos, el maestro aún tenía que decir sus últimas palabras, para ello necesitó tres últimas películas que significarían el final de su carrera.
En 1990 estrenó Los sueños de Akira Kurosawa (también conocida como Dreams). La onírica película, de carácter melancólico y crepuscular está basada en los sueños más recurrentes del director en distintas etapas de su vida, seguramente sea una de las películas más intimistas de Kurosawa, el cual se desnuda completamente ante el espectador. En ella participaron grandes figuras del cine japonés y también del internacional, por ejemplo, podemos ver a Martin Scorsese interpretando a Vincent van Gogh.
Ese mismo año (1990) y a la edad de 80 años, le fue otorgado el merecidísimo Oscar honorífico por toda su carrera, debemos recordar que hasta entonces su filmografía contaba con 29 películas y era considerado como uno de los cinco mejores directores de la historia.
Un año más tarde estrenó Rapsodia de Agosto (1991), otra película que volvía a recordar uno de sus temores más grandes, la bomba atómica. En ella tenemos a una anciana que perdió a su marido durante el bombardeo a Nagasaki. Casualmente, parte de la familia que emigró a EEUU a retomado el contacto con ella y le proponen viajar a América. Toda la película se basa en el recuerdo y las heridas no cicatrizadas de la anciana junto con una memorable y respetuosa reflexión sobre el conflicto mantenido entre Japón y EEUU durante la segunda guerra mundial. Por último, es destacable la colaboración e interpretación de Richard Gere en el proyecto.
Su última película sería Madadayo (1993), una de las películas más profundas y epidérmicas del director. Madadayo trata sobre la vida de un maestro que tras muchos años sigue siendo visitado por sus alumnos y en los momentos más duros de su vida le han ayudado a retomar el camino. Cada año se reúnen para el día de su aniversario donde mantienen un ritual en el cual el maestro se beberá un gran vaso de cerveza y tras hacerlo le preguntarán “¿Madakai?”, que significa “¿Te vas ya?” y el responderá “Madadayo”, es decir, “Aún no”. La película, con pinceladas autobiográficas y aires de despedida, nos abrazará el alma como en anteriores producciones, es sin duda la corroboración de que su talento era eterno.
El 6 de septiembre de 1998 y a la edad de 88 años, Akira Kurosawa, el maestro del cine, murió en su casa de Setagaya, Tokio.
El legado de Kurosawa se mantiene intacto, su cine influenció y sigue influenciando a un gran número de cineastas. Su talento era infinito, prueba de ello son sus 32 películas que le sitúan como uno de los directores más grandes de todos los tiempos. Llama la atención el cariño y el aprecio recibido por sus colegas, desde el “rescate” de Lucas y Coppola produciéndole Kagemusha hasta las declaraciones de profunda admiración expresadas por ilustres como John Ford, Sam Peckinpah, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Steven Spielberg, Sergio Leone, Clint Eastwood, Ingmar Bergman e incluso Orson Welles.
Conocido y nombrado por todos sus allegados como “el maestro”, Kurosawa representa la pasión incondicional por el cine, por la creación y el trabajo constante, la perseverancia y la voluntad de alcanzar las metas propuestas, una pasión que nunca se quebrantó durante sus más de sesenta años de carrera cinematográfica, su filmografía es una oda a la vida y a los sueños que perdurará para siempre.
Concluyendo, estoy seguro de que si dividiéramos la filmografía de Kurosawa en cuatro directores, estaríamos hablando con toda seguridad de cuatro de los mejores y más brillantes directores de la historia del cine.
Gracias maestro.
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