“¡Sus ojos! ¿¡Qué le habéis hecho a sus ojos!? ¡Qué le habéis hecho!”
Rosemary Woodhouse, La semilla del diablo
Los sesentas se recuerdan como la época de transición que estableció las bases de la cultura popular actual en occidente. La generación del baby boom "inauguró" la masificada industria musical, tambaleó al titánico gobierno americano, abusó de las drogas como ninguna y promulgó un psicodélico mensaje de amor y paz a los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Entre la explosión multicolor y las orgásmicas melodías del cuarteto de Liverpool, varias religiones vislumbraron la posibilidad de promocionarse como una alternativa a la decadente doctrina cristiana. Religiones y culturas como la hindú o el budismo se extendieron como una pandemia entre la juventud, erigiéndose como símbolos perennes de la cultura hippie. Esta fiebre también dio paso a un gran número de personajes variopintos que acaparaban la mayoría de medios promulgando sus creencias. Algunos de ellos eran charlatanes inofensivos, otros fueron mentes enfermas que desgraciadamente arrebataron decenas de vidas en su nombre.
De entre la fauna místico-ocultista de mediados de los sesentas destacan figuras como la del “Papa Negro”, Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, del cual se dice que llegó a mantener una relación con Marilyn Monroe. Otro fue Aleister Crowley, celebérrimo personaje dentro del ocultismo que quedó plasmado para toda la eternidad en uno de los discos más importantes de la historia de la música, el Sgt. Peppers & Lonely Hearts Club Band de The Beatles. El cine y la televisión no pasaron estas nuevas e inquietantes tendencias que escandalizaban a millones de padres; por ello llegó a las carteleras la llamada fiebre del demonio o fiebre de Satán, la culpable de ello y la que plantó la semilla (nunca mejor dicho) fue efectivamente La semilla del Diablo.
Partiremos de un nombre, William Castle, conocido productor y director de cine que trabajaba para la Paramount, se enamoró del best-seller de Ira Levin que lleva el mismo nombre que el film. A Castle no le fue muy complicado convencer a la Paramount de que esa era una historia de la cual podrían sacar una gran tajada. Robert Evans, jefe de Paramount en aquel entonces, decidió contactar con Roman Polanski, en aquel entonces era un joven director polaco que de repente estaba en boca de todos tras haber dirigido Repulsión y Cul-de-sac. Su llegada a Los Ángeles provocó una gran conmoción entre los estudios; “Roman era un hombre brillante. El director más culto que había visto en mi vida”, palabras del entonces vicepresidente de Paramount, Peter Bart.
William Castle se encargó de convencerle para que dirigiera la película, algo bastante sencillo ya que Polanski se enamoró de la novela al instante. Castle incluso le alentó a adaptar la novela por si mismo, dándole un margen de libertado inusitado para una Major americana. El director polaco escribió un extensísimo guión que a priori fue aceptado a regañadientes por la productora, al parecer, el ritmo lento y tedioso del film podría pronosticar un fracaso sin paliativos. El tiempo terminó por darle la razón a Polanski, su película sirvió como modelo a un ejército de films que le sucedieron y que aún hoy vemos en las carteleras como por ejemplo El sexto sentido o Los otros, con respecto al suspense y el misterio que se cierne sobre la trama, o La profecía y El exorcista si nos fijamos en la temática.
Polanski nos cuenta la historia de una joven pareja que se instala en un apartamento de la Casa Bramford, un antiguo edificio de apartamentos de Manhattan. Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) es una joven ama de casa recién casada con el actor de teatro Guy Woodhouse (John Cassavetes), que anhela el estrellato sobre todas las cosas. La pareja conoce a un entrañable matrimonio de ancianos que viven en la misma planta que ellos, ellos son Roman (Sidney Blackmer) y Minnie Castevet (Ruth Gordon), que pasarán a convertirse en dos figuras paternales para la inexperta pareja. Mientras tanto, Rosemary y Guy intentan formar una familia sin éxito alguno. Una noche, Rosemary sufre una serie de pesadillas y alucinaciones donde un ente no humano la viola brutalmente. A la mañana siguiente Guy se disculpará al reconocerle que le hizo el amor mientras dormía. Poco más tarde descubrirá que por fin está embarazada, no obstante, la actitud de su marido es distinta, al igual que la de sus vecinos, que parecen querer retenerla en casa contra su voluntad. Pronto entrará en un estado de paranoia que le hará perder la cordura, creyendo que todas y cada una de las personas que le rodean están conspirando contra ella y su futuro bebé, no será hasta el final cuando corroboraremos nuestras más oscuras sospechas sobre lo sucedido.
Con este film, Polanski firmó su segunda película de la “trilogía de los apartamentos”, formada por Repulsión (1965), La semilla del Diablo (1968) y El quimérico inquilino (1976). Polanski logró crear un hito del suspense y del cine de terror con la premisa de no mostrar nada claro al público. Es asombroso, realmente asombroso y admirable lo que Polanski puede llegar a hacer con una historia mucho más simple de lo que nos quieren vender, ocultando las evidencias de la historia bajo la manga y jugando con la ambigüedad en todo momento con una maestría sin igual. La semilla del Diablo es una de las películas más aterradoras que jamás haya visto, gran parte de culpa la tiene el lento e intenso pulso narrativo que el film lleva por bandera. Quizás, los amantes de la sangre o la violencia queden un tanto decepcionados con la obra de Polanski, sin embargo consigue a acongojar y dejarnos sin respiración con la mejor película de terror psicológico que yo recuerde.
Los otros grandísimos culpables son Mia Farrow y John Casavettes. La primera no era aún muy conocida más que por sus trabajos en televisión en la serie Peyton Place y por su reciente matrimonio con “La voz”, véase Frank Sinatra. La interpretación de Farrow pone los pelos de punta, mezclando un carácter frágil e inofensivo con una visceralidad que hielan la sangre, abrumadora. Por otro lado, su trabajo no fue tan sencillo ya que Sinatra había contraído matrimonio con ella con la condición de que se retirase del oficio. Por lo visto, en mitad de rodaje tuvieron una discusión que terminó con la petición de divorcio de Sinatra. Mia Farrow intentó abandonar la producción pero la convencieron para quedarse con la promesa de que le nominarían a un Oscar por su papel, algo que jamás sucedió.
La belleza de Mia contrastaba con el rostro veterano de Casavettes, una eminencia como director dentro del cine independiente y un actorazo de pies a cabeza. Su papel fue el más cuestionado en un principio ya que Paramount lo consideraba un actor de segunda fila, opinión muy contraria a la de Polanski: “Necesitaba alguien que pareciera un actor... un actor de Nueva York. Cassavettes se ajustaba al personaje de una manera maravillosa.”. El endiablado talento de Casavettes impregna el film de un aura de continua intranquilidad que nos traslada directamente al desconcierto. Su papel casa perfectamente con el resto de personajes que terminan de cerrar el círculo maldito, sobre todo con la oscarizada Ruth Gordon, la cual culmina un papel deliciosamente siniestro.
Acabando, La semilla del Diablo se ha convertido en un film envuelto en un manto de misterio, considerándose como una película maldita. Por una parte deberíamos fijarnos en el edificio en el que se rodaron los exteriores de la película, el edificio Dakota, lugar donde vivieron un gran número de estrellas de Hollywood y tristemente recordado por ser donde asesinaron a John Lennon. Asimismo, el brujo Aleister Crowley, figura mediática del ocultismo en los sesentas, vivió durante años en el edificio Dakota. En segundo lugar, Polanski sufrió una de las pérdidas más importantes de toda su vida al enterarse de que la familia Manson, encabezada por Charles Manson, había irrumpido en su domicilio asesinando a su esposa embaraza, Sharon Tate y también al resto de invitados. El móvil del asesinato aún no esta claro pero se relaciona directamente con la película de Polanski.
Dejaría atrás las posibles maldiciones e historias que rodean el film centrándome en lo que ha significado dentro del suspense y el terror. El asombroso dominio narrativo de Polanski le ha encumbrado directamente al firmamento de La Meca del cine, dejándonos a su paso obras tan memorables como La semilla del Diablo, una película que parece haber hecho un pacto con el diablo para no envejecer nunca.
Tenebrosa y perturbadora como ninguna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario