viernes, 14 de enero de 2011

Crónicas de Tannhäuser: La princesa prometida






“Mi nombre es Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre.
Prepárate a morir.”

Íñigo Montoya, La princesa prometida




Érase una vez los ochentas, echemos de nuevo un vistazo al baúl donde se encuentran aquellas joyas con las que crecimos durante aquellas tardes de domingo, aquellas películas que alimentaron nuestro espíritu en nuestra infancia, historias que nos invitaban a volar en los infinitos mundos de nuestra imaginación, un festín para nuestro espíritu, un bálsamo de alegría en nuestros recuerdos. Nuestra generación, no corrió delante de los grises ni vivió la transición, muchos aseguran que crecimos faltos de fuertes ideales políticos, se nos repitió (y repite) hasta la saciedad que lo hemos tenido todo, nuestra memoria histórica comenzó a partir de las Olimpiadas del 92, tuvimos la suerte de ser los últimos en jugar con la peonza y los primeros en descubrir el pixelado mundo de los videojuegos. Por otro lado, tuvimos la tremenda suerte de crecer acompañados de grandísimas películas que han inspirado a una generación de cinéfilos entusiastas como jamás se había visto. Títulos como Regreso al futuro, En busca del arca perdida, Los Cazafantasmas o El Imperio contraataca nos entregaron un buen puñado de los héroes de nuestra adolescencia, además de un buen puñado de películas tan disfrutables entonces como hoy en día.

Rob Reiner también puso su granito de arena sobre tan basta montaña de maravillas del celuloide, eso sí, La princesa prometida pertenece más a la veritente de Legend, Dentro de Laberinto o La historia interminable. Seguramente, la frase que encabeza este análisis sea una de las más recordadas de nuestra niñez. El eterno Íñigo Montoya se introdujo de lleno en nuestras vidas de la mano del afortunado director y del célebre novelista (y guionista) William Goldman. Como la mayoría sabréis, Montoya no es más que un personaje secundario dentro de la trama de La princesa prometida, pero el carisma y la acertada elección de Mandy Patinkin para el papel, hicieron de este personaje una leyenda dentro del cine comercial americano de los ochenta.


La novela de Goldman, que lleva por nombre el mismo título que el film, se ubica en el mundo imaginario de Florin y Guilder. Casualmente, ambos nombres están relacionados con monedas europeas; el florín era la moneda de curso legal en los Países Bajos antes de la entrada del Euro y “guilder” era la manera coloquial de llamar a la moneda de dos chelines en el Reino Unido. Esta curiosidad tiene que ver con la fábula que Goldman se inventó referente a su novela, asegurando que estaba basada en un antiguo relato que su padre solía leerle antes de dormir. Al parecer, aquel libre fue escrito S. Morgenstern, donde se narraban sucesos muy similares a los acaecidos en la historia de Goldman, con la única diferencia de que el punto de vista por el cual se relataban los sucesos estaba repleto de un alto contenido crítico sobre los excesos de las monarquías europeas. Dicha sátira no existió jamás y posteriormente reconoció que no quería más que alimentar el espíritu de la obra, emulando así a autores tan dispares como Cervantes o H. P. Lovecraft.

Mientras tanto, Reiner disfrutaba de un gran éxito, su mano parecía convertir en oro todo lo que tocara. Saltando de género en género, el camaleónico director se embarcó en el proyecto de La princesa prometida tomando al mismo Goldman como guionista, cumpliendo su sueño de adaptar su propia novela. Reiner, polifacético allá donde los haya (compositor, actor, director, guionista y productor), tenía a sus espaldas tres películas emblemáticas de los ochenta como This Is Spinal Tap (1984), Juegos de amor en la universidad (1985) y la brillantísima Cuenta conmigo (1986). Reiner parecía haber dado con la tecla exacta, haciendo un cine muy comercial y de calidad, cosechando éxitos en cada proyecto que capitaneaba. Cierto es que su cine está de capa caída (poco petróleo se puede sacar desde Algunos hombres buenos (1992)), pero en su día era considerado un director que podía equipararse a cualquier peso pesado de la industria hollywoodiense. Finalmente, el tándem Reiner-Goldman logró culminar un proyecto que significó el primer “fracaso” del director (fue un éxito bastante moderado), no obstante la película fue ganando enteros con el paso del tiempo hasta entrar en la gran lista de las películas de culto.

El cuento de hadas arranca en... la habitación de un niño enfermo de clase media en EEUU. Su abuelo (Colombo, perdón, Peter Falk), le trae un antiguo cuento que solía leerle a su padre para pasar el rato. La negativa del nieto (Fred Savage, curiosamente siempre me ha parecido un mini clon de Mel Gibson) y su escepticismo con respecto a las historias de fantasía, no hacen más que aumentar las insistencias del terco abuelo. Finalmente (más por la pesadez del abuel que por convencimiento) el niño accede a escuchar el cuento a pesar de sus reservas. El relato arranca en el país de Florin con el romance entre la princesa Buttercup (Robin Wright Penn) y su labriego Westley (Cary Elwes). Westley marchará a hacer fortuna con la intención de volver años más tarde para poder casarse con su princesa, sin embargo, su embarcación es atacada por el pirata Roberts, famoso por no hacer prisioneros. Dando por hecha su muerte, Buttercup aceptará casarse con el príncipe Humperdinck (Chris Sarandon), heredero del trono de Florin. Antes de la boda, Buttercup es secuestrada por un trío tan histórico como estrafalario; el homúnculo siciliano Vizzini (Wallace Shawn), el experto espadachín español Íñigo Montoya (Mandy Patikin) y el enorme luchador turco Fezzik (interpretado por André el Gigante tras la negativa de Kareem Abdul-Jabbar). El trío pronto se percatará de que un enmascarado les está pisando los talones junto con los perseguidores enviados por el príncipe Humperdinck. El enigmático enmascarado, decidido a rescatar a la princesa por su cuenta, tendrá que hacer uso de todas sus habilidades y exprimir todo su ingenio para superar cada una de las pruebas que le separan de Buttercup.


Tras el inspirado reparto y una bellísima pareja protagonista se esconde un guión más férreo de lo que aparenta (a pesar de su apariencia surrealista), un trabajo encomiable destinado a entretener a todos los públicos. Goldman consiguió mejorar su novela con un guión repleto de inventiva y un incabable arsenal de chistes y gags donde no sobra ni falta nada. La inclusión de la trama del abuelo y el nieto otorga a la película un nuevo punto de vista (a parte de ampliar el target) sobre las tradiciones perdidas, uniendo dos generaciones muy distanciadas en el tiempo, adquiriendo un carácter universal capaz de hacer disfrutar a cualquier tipo de espectador de cualquier esquina del mundo. El escepticismo del niño (además) nos devuelve a cuentagotas al mundo real, justificando y aireando la entelequia del relato, haciendo de red de seguridad para cualquier agujero inesperado dentro del guión.

La princesa prometida es el equivalente a una película de Disney en carne y hueso. El fabuloso diseño de producción de Norman Garwood junto con el magistral trabajo de Richard Holland y Keith Pain en la dirección artística, lograron trasladar el fantástico mundo de Goldman a la pantalla. Por otro lado, Adrian Biddle (Aliens) se encargó de la fotografía tomando como modelo los bucólicos espacios de Legend (1985) y concluyendo uno de sus trabajos más bellos. Por último tenemos a la ya entonces veterana Phyllis Dalton (Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago) en el diseño de vestuario, dando rienda suelta a su inconmensurable talento. Desgraciadamente el trabajo de dichos profesionales no se ha prodigado en demasía, aunque este hecho ha otorgado al film de Reiner un carácter único, una esencia incomparable que perdura fresca hasta nuestros días.


La puntilla la añadió Mark Knopfler con una fantástica banda sonora creada junto con Willy DeVille. Según contó el propio Reiner, Knopfler aceptó el trabajo con una condición, que la gorra que portaba en This Is Spinal Tap apareciera en algún momento de la película, y finalmente fue incluida como atrezzo en la habitación del niño. La banda sonora cuenta con piezas inolvidables como Once Upon A Time o I Will Never Love Again, por lo visto, Reiner estaba seguro de que solo Knopfler sería capaz de llevar a cabo una banda sonora acorde a la historia de Goldman, afirmación que no deja de sorprenderme, aunque visto el resultado no queda otra que darle toda la razón.

Y así fue como Rob Reiner, ese director al que parecía haberle tocado alguien con una varita mágica, consiguió llevar a la pantalla una de las aventuras más inspiradoras de los ochenta, un relato fantástico sobre la venganza, el amor y la amistad. Al contrario que los films actuales del género, La princesa prometida se apoya en un gran trabajo estético que le aleja de las incongruentes secuencias de acción a las que nos tienen acostumbrados hoy en día. En ella encontramos luchas a espada dignas de Errol Flynn, secuencias de amor que aún siendo un tanto ñoñas, se acoplan perfectamente a las necesidades del relato, eso sin contar con el puñado de personajes que rodean a los protagonistas, dejando huella con un humor que bien podría ser de Mel Brooks. No sé si hoy pudiera verse una película como tal en las carteleras, un relato libre que engrandece la imaginación del hombre, un cuento de hadas para disfrutar con toda la familia.

Y vivieron felices y comieron perdices.


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