sábado, 10 de julio de 2010

Crónicas de Tannhäuser: Akira



¡Es el gran despertar de Akira!

Akira


Creo que tenía unos nueve años cuando vi por primera vez Akira en la estantería del videoclub. Obviamente, la portada resaltaba sobre el resto, tanto que parecía que se habían equivocado al colocarla en aquel lugar. Su presencia era perturbadora, parecía ensuciar la tierna imagen de títulos como Bambi o Dumbo, sobre todo por el famoso eslogan de ; “Neo-Tokyo está a punto de E-X-P-L-O-T-A-R”, prometiendo un subidón de adrenalina demasiado apetitoso para un curioso e inquieto chaval de nueve años.

Tras pasear disimuladamente, fingiendo observar la mayoría de títulos que habían en las estanterías de alrededor, me armé de valor y me acerqué decidido a extraer el tíquet de la película. Al ponerlo sobre el mostrador agaché la cabeza y esquivé avergonzado la mirada del dependiente como si estuviera alquilando una película porno (todos lo hicimos al menos una vez cuando éramos unos retacos). Obviamente, él me tenía más que visto, y al mirar la película que había escogido me miró con una sonrisa. Tras pagarle las 100 pesetas (¡Uf!) que costaba el alquiler, volví a mi casa con la impresión de tener algo prohibido entre manos.

Tuve que verla a eso de las ocho de la mañana de un domingo aprovechando que la casa aún dormía. Tras verla no entendí absolutamente nada, sin embargo la película me provocó sentimientos encontrados, aterrándome y atrayéndome al mismo tiempo. Años después la volví a ver y no creáis que saqué muchas más conclusiones del film, no fue hasta el tercer o el cuarto visionado cuando pude comprender realmente gran parte de la historia.

Akira no sólo es una de las películas más importantes del cine asiático de los ochenta, también es un hito de la ciencia ficción que ha traspasado fronteras, arrasando allá por donde ha ido. Hoy en día sigue siendo un título enigmático, atractivo y diferente, una película que ha ganado enteros con el paso de los años y ha marcado una pauta estilística en la ciencia ficción de las dos décadas venideras. La atmósfera que Katsuhiro Otomo creó para Akira ha sido el manantial de donde han bebido los creadores de emblemáticas películas como Terminator, Dark City o Matrix, convirtiéndose junto con Blade Runner en las abanderadas del movimiento cyberpunk.


El film está basado en el manga de Katsuhiro Otomo que comparte el mismo nombre. El manga, compuesto por 6 volúmenes de 360 páginas cada uno y fue lanzado al mercado en 1982. Su éxito en Japón fue tal que a principios de 1985, y sin haber finalizado la serie de mangas, la Tokyo Movie Shinsha propuso a Otomo adaptar la historia para la gran pantalla como una película de animación. El director japonés no dudó en aceptar la propuesta, sin embargo, impuso una serie de condiciones que le podrían a disposición de los últimos avances tecnológicos en animación.

Estos avances irían desde el uso de técnicas como el pre-scoring, donde grabarían la voces de los personajes antes de animarlos, permitiendo ajustar perfectamente los movimientos de los labios a los sonidos del habla. Respecto a la animación pura y dura, Otomo se obsesionó con otorgarle al film un movimiento y dinamismo únicos para la época que dieron como resultado planos en los cuales pueden apreciarse un gran número de capas en movimiento junto con el de cada uno de los personajes del film, poseedores de movimientos únicos y personalizados. Este último punto fue un paso importantísimo para la industria de animación de la época y un ejemplo clarísimo del rechazo de Otomo a la idea original del anime estático, austero y enclaustrado.

Especial mención merece el apartado sonoro llevado por Shoji Yamashiro, autor de una de las bandas sonoras más impresionantes de la historia del cine. La música de Yamashiro mezcla los sonidos más tradicionales del Japón con un acabado claramente industrial, reverberante y metálico. Una banda sonora sublime que hace de complemento perfecto para una película visualmente precursora.

¿De que trata Akira? Veamos. En 1988 el mundo está al borde de la destrucción absoluta por los abusos con la energía nuclear, debilitando las relaciones intergubernamentales y situándolas al borde del abismo. El gobierno nipón tutela a un niño llamado Akira que posee un poder único en la naturaleza. Con la intención de potenciar sus poderes telequinéticos a base de fármacos y varios estudios científicos, el gobierno pierde el control sobre el poder del niño cobaya y provoca una enorme explosión que romperá la paz entre las naciones, desatando la III Guerra Mundial. Tras la guerra, la mayoría de las metrópolis terrestres han quedado desoladas, contabilizando centenares de millones de muertos y sumiendo al mundo en una profunda crisis mundial (en esto si que acertaron). Décadas más tarde, en el 2019, se alza Neo-Tokyo sobre las ruinas de la antigua Tokyo. Una megalópolis capital de un Japón decadente y corrupto, gobernado con mano de hierro por el ejército. El desdichado pueblo japonés subsiste como puede a pesar de la opresión ejercida por el estado y por la elevadoa tasa de desempleo. El número de niños cobaya ha aumentado dentro de los laboratorios del gobierno, la mayoría de ellos son usados para predecir los sucesos venideros y así mantener la paz internacional. El mito de Akira comienza a crecer entre la gente, convirtiéndose en una religión emergente que espera paciente su resurrección como si del Mesías se tratase. Mientras tanto, Kaneda y Tetsuo, dos pandilleros de una banda de motociclistas llamada The Capsules, se enfrentan a sus acérrimos enemigos, The Clowns. En uno de los enfrentamientos entre bandas, Tetsuo sufre un accidente causado por un extraño niño que resulta ser un conejillo de indias del gobierno. A raíz de ello, Tetsuo no volverá a ser el mismo, será secuestrado por el estado y sometido a una serie de experimentos contra su voluntad. Paralelamente, Kaneda se unirá a la resistencia con motivo de averiguar el paradero de su amigo.


Respecto al guión, el director japonés se vio con la complicadísima tarea de sintetizar seis tomos en una película de dos horas de duración. El resultado no contentó a todo el público, sobre todo a los seguidores del manga. De todos modos, Otomo logró transmitir la misma esencia del manga al film, de hecho, en muchísimos puntos se ve mejorada y reforzada por el dinamismo y la profundidad de las imágenes: “La Neo-Tokyo de la película es mucho más vasta y viva que la del manga. Esto no sólo se debe al color, sino también al movimiento, la música y el ambiente sonoro.”, Otomo dixit.

No obstante, el guión sufre y se ve forzado en varios puntos del film. Tras un arranque magistral, la narración se va impregnando de una cierta desidia, dejando de lado un gran número de detalles que escapan a la comprensión del espectador que no conoce el manga. A parte, el tempo se ralentiza sobremanera pasada la mitad de la película, sumiendo la trama en un oscuro pozo del cual no puede salir, deteniéndola e impidiéndole caminar. Aún desinflándose, el desenlace de Akira no deja a nadie indiferente, desatando la engorrosa y contenida trama en una incontrolable explosión, para algunos muy reveladora, para otros realmente confusa.

Su estreno en 1988 fue un boom sin precedentes para el cine de animación. Acostumbrado a relacionar la animación con el cine infantil, el público occidental cayó rendido a la obra de Otomo, abriendo las puertas definitivamente a la animación japonesa, adoptando nuevos vocablos como “manga” o “anime” en su vocabulario, corroborando que la animación no es sólo para niños. Akira es sin duda alguna, una de las diez películas más influyentes de la ciencia ficción. Magnética y enigmática como pocas, nos habla del miedo a la impredecible juventud y a las nuevas tecnologías dentro de un caótico marco lleno de oscuridad y violencia.

Cúspide de la ciencia ficción apocalíptica.



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