viernes, 3 de diciembre de 2010

Crónicas de Tannhäuser: Fresas salvajes





“Si me he sentido triste o cansado durante el día,
tengo la costumbre de rememorar escenas de mi infancia para reconfortarme.
Eso es lo que hice anoche.”

Isak Borg, Fresas salvajes




La década de los cincuenta es sin duda alguna, la década en la cual podemos encontrar un mayor número de obras maestras en lo que a cine se refiere. Si sólo echamos un vistazo a 1957, encontraremos “clasicazos” de Hollywood como 12 hombres sin piedad, El increíble hombre menguante o Senderos de gloria. En Europa la cosa pinta bastante bien (incluso mejor podría decirse), con El puente sobre el río Kwai (Gran Bretaña) o Las noches de Cabiria (Italia), eso sin prestar atención al cine asiático, donde podemos encontrar las primeras joyitas del cine indio como Madre India o si vamos a Japón nos topamos con una de las más acertadas adaptaciones de Macbeth hecha hasta el momento, Trono de sangre de Akira Kurosawa.

La cosa no termina ahí porque para un cineasta en concreto 1957 fue uno de los años más importantes de su carrera. En 1956 el director sueco Ingmar Bergman estuvo varias semanas hospitalizado tras un colapso nervioso seguido por una profunda depresión. En lugar de dejar de lado el trabajo, el director no dejó de trabajar desde su camilla, logrando dejar encaminados un par de guiones que se convertirían en sus dos próximas películas. El prolífico director estrenó el siguiente año dos películas que se considerarían dos de sus obras maestras más preciadas; El séptimo sello y Fresas salvajes. Ambos filmes guardan múltiples puntos en común que a priori no son del todo extraños dentro de la filmografía del genio sueco. A grandes rasgos, las dos películas tratan la introspectiva de dos personajes que se ven obligados a tomar consciencia de su propia muerte, afrontarla a su manera y lo más difícil, aprender a aceptarse y convivir con ellos mismos.

Hace ya bastantes años, se le preguntó a Kubrick cuales eran sus diez películas favoritas, a lo que el director respondió con un listado en el cual Fresas salvajes figuraba en el puesto número 3. Muchos periodistas desconocían entonces la obra de Bergman, algo completamente comprensible al no haber las facilidades que tenemos hoy en día. Hitchcock también se declaró fan de su cine a lo largo de los cincuenta, como también lo harían otros grandes como Rossellini (el cual fue una de las primeras influencias de Bergman) o más tarde (y el más evidente) Woody Allen, el cual emuló a su ídolo en Otra mujer (1988), película inspirada en Fresas salvajes.


Fresas salvajes (o El lugar de las fresas, que sería la traducción correcta de Smultronstället) es la película que se conserva más fresca de la extensa carrera del director. Esta “road movie” sueca significó la entrada a la madurez de un director que contaba 19 películas a sus espaldas cuando recién había cumplido los 39 años, de hecho, su incesante actividad cinematográfica la combinó siempre que pudo con el teatro; “Siempre diré que el teatro es mi esposa, pero el cine es mi amante prohibida”. El éxito cosechado con Fresas salvajes y El séptimo sello lo colocarían (si no lo estaba ya) a la vanguardia del cine europeo, siendo considerado en la época uno de los mayores maestros del séptimo arte junto a Fellini, Hitchcock o Kurosawa.

Isak Borg (Victor Sjöström) ha sido premiado con un Doctorado Honoris Causa gracias a sus aportes médicos durante más de 50 años ejerciendo su profesión. Un día antes de viajar a la ciudad de Lund (donde será condecorado) tendrá una pesadilla en la que se encontrará con su propio cadáver en medio de una ciudad completamente vacía. Por ello decidirá emprender el viaje en coche en vez de en avión. Su nuera, Marianne Borg (Ingrid Thulin), se sumará al viaje, ya que espera reencontrarse con su marido (el hijo de Isak) en Lund y arreglar su matrimonio tras una fuerte discusión originada por su repentino embarazo. En el trayecto, Isak pasará por la casa donde vivió su infancia (en el cual crecen fresas silvestres), reviviendo viejos recuerdos e iniciando así un introspectivo viaje hacia su infancia. Por el camino recogerán a tres jóvenes que se dirigen a Italia y a un matrimonio con serios problemas de comunicación con los que se identificará por sus errores pasados. Isak vive un viaje durante el cual tratará de redimirse de su pasado, de su egoísmo y dureza con los que le rodean, intentará reencontrarse con aquel cándido niño antes de que la muerte le alcance.

Para muchos el cine de Bergman da mucho respeto de buenas a primeras (a mí también me pasó). Nada más ver el DVD te piensas más de dos veces si introducirlo o no en el reproductor, pero una vez lo haces te quedas pegado al sillón y te comes unos de los 91 minutos mejor invertidos de toda tu vida. Os aseguro que no sólo os vais a encontrar con una buena película, también encontraréis una obra que invitará a la reflexión sobre la vida, las relaciones con la gente que nos rodea, el tiempo y la muerte.


En Suecia, la fresa es una fruta que abunda más bien poco, siendo raras las ocasiones en las que puedes encontrártelas por el campo. También es símbolo del fin del invierno y el inicio de la primavera, así como para Isak son el reflejo de su infancia, de la fragilidad y la inocencia, del paraíso perdido. Bergman, en definitiva, nos habla del diálogo interior que todos mantenemos hasta que llegue nuestra hora, manipulando a su antojo el espacio y el tiempo que envuelven al personaje, introduciendo al espectador en una realidad con punteos surrealistas. Sorprende que Bergman pueda sintetizar una vida en tan sólo hora y media, introduciendo una densa cantidad de temas como el desarraigo emocional, el amor y el desamor, la vida y la muerte, la infancia y la vejez. Esto último es un arma de doble filo que pulula en gran parte de la filmografía del director, acercándose peligrosamente al diálogo pretencioso y evidente, sobrecargando el film de contenido, llenando de grandilocuencia y metafísica lo que podría saldarse con amenos o triviales diálogos, aunque bien es verdad que sin eso no sería Bergman.

Una película sobre el crepúsculo de la vida y los viejos recuerdos que vuelven a nuestra memoria. Como bien plasmó Paul Thomas Anderson en Magnolia; “Puede que hayas acabado con el pasado, pero el pasado aún no ha terminado contigo.” Esa sería una de las premisas de un film con un alto contenido onírico que nos transporta a la Suecia campestre de la mano de un personaje que proyectará su mundo interior en los lugares más significativos de su infancia. Fresas salvajes es un relato libre que camina entre sueño y realidad, repleto de los dolores y traumas que coleccionamos con la edad, envuelto con el optimismo y energía que se encuentran en la primavera de la vida.

El protagonista del film es Victor Sjöström, que contaba entonces con los mismos años que su personaje, 78. Sjöström era, hasta la entrada de Bergman en la industria cinematográfica sueca, el mejor cineasta sueco, habiendo cosechado mucho éxito durante la época muda tanto como actor como director. Sjöström, al igual que su personaje, se dirigía al ocaso de su vida, siendo esta la última película en la que trabajó (murió tres años más tarde). Su fría interpretación (Isak Borg viene a significar en sueco algo así como “fortaleza de hielo”) vacía el contenido del film de sentimentalismo, mostrándonos a un personaje tan alejado de su pasado que pasa como un intruso a través de sus recuerdos. Estos están idealizados, pero no por ello significa que el dolor haya desaparecido, como tampoco vienen a representar el dicho de “todo tiempo pasado fue mejor”, sino que se convierten en un lastre del cual no puede desprenderse y al que no le queda más remedio que aceptar.


Junto a él tenemos a una belleza sueca llamada Ingrid Thulin, tratada con una delicadez y sensibilidad inusitadas, iluminada por primaveral luz de Gunnar Fischer, que firmó en este film uno de sus mejores trabajos. Si algo prevalece en toda las películas de Bergman es la grandísima sensualidad con la que trata a sus actrices (es lo que tienen las suecas). En este caso es Ingrid Thulin, que por cierto se ganó el pasaporte a Hollywood tras este papel, pero Bibi Andersson también está esplendorosa en su papel como Sara, sin duda, una de las musas de Bergman por excelencia.

Esta itinerante y puntualmente autobiográfica película, podría considerarse el corazón de la obra de un cineasta que no fue incomprendido, pero si que es difícil de comprender, ya sea por su narración críptica o el hermetismo de algunas de sus historias. Bergman se desnuda en un film repleto de una gran honestidad emocional, un film sobre la redención colmado de contrastes que virarán entre el esplendor de la primavera y el invierno de la vida. Os dejo una película con regusto a primavera, una mezcla ácida y dulce al mismo tiempo, al igual que el sabor de las fresas silvestres.

Un viaje a través de los confines de la memoria.


-Os dejo con un fragmento del inicio del film que corresponde al primer sueño del protagonista.-

1 comentario:

Leandro dijo...

Me gusto muchisimo tu critica a esta gran pelicula.
Creo que no pudiste haberla descripto mejor.
Es totalmente cierto lo que decís respecto a que uno piensa dos veces en meter una pelicula de Bergman al reproductor...
Pero una vez que empieza la funcion, uno no puede despegarse.
Me paso Con El septimo sello, Fresas salvajes, el manantial de la doncella, persona y un verano con Monika.
Bergman es ABSOLUTAMENTE INCREIBLE.

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