"Esta canción del hombre y de su esposa proviene de ninguno y de todos los lugares:
podrías oirla en cualquier lugar, en cualquier momento.
Dondequiera que salga y se ponga el Sol,
en la confusión de la gran ciudad o bajo el cielo despejado de una granja.
La vida es muy parecida; a veces es amarga, a veces dulce."
Amanecer: Una canción de dos seres humanos.
1927 es quizás el año más importante dentro de la historia del cine, fue el año de la gran revolución cinematográfica; la incorporación del sonido. Esta fecha fue trascendental dentro de la historia del séptimo arte, a causa de este avance tecnológico, muchas carreras se vieron afectadas para bien o para mal, muchos no supieron adaptarse, otros tantos se aprovecharon de las nuevas herramientas que estaban a su disposición.
En esta fecha también encontramos estrenos de películas antológicas como El cantor de jazz (Alan Crosland), El maquinista de la General (Buster Keaton), Octubre (Eisenstein) o Metrópolis (Fritz Lang), sin embargo me gustaría destacar la primera película de Murnau en tierras americanas, Amanecer: Una canción de dos seres humanos.
Friedrich Wilhelm Murnau, un virtuoso director alemán que consiguió avanzarse varias décadas a su tiempo, fue uno de esos genios atípicos, volátiles y quizás malditos, como lo denominó Raúl Ruiz; "el poeta del silencio". Murnau nos dejó con tan sólo 40 años en un fatal accidente automovilístico, además, se han perdido la mayoría de sus obras, muchas se deterioraron con el paso del tiempo, otras tantas ardieron en la hoguera.
Situémonos; en los años veinte el cine alemán gozaba de su época dorada. En ella encontramos grandes títulos (El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu, Metrópolis, El último o Bajo la máscara del placer) y grandes directores como Firtz Lang, Pabst, Wiene o el mismísimo Murnau.
El detonante lo hallamos en El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene. Su estética causó un gran impacto en la Europa de aquel entonces e hizo que el cine alemán diera un salto y cruzara el Atlántico. En ella encontramos reminiscencias cubistas en una poco habitual escenografía, un dominio fotográfico inusitado combinado con un excesivo maquillaje; parecía que los decorados fueran a cobrar vida de un momento a otro. En aquel entonces, todas las producciones de estética similar fueron bautizadas como “caligaristas”; con el tiempo, este movimiento fue rebautizado como el expresionismo alemán.
Volviendo al 1927, la Fox se fijó en el director alemán tras el estreno de El último; según las palabras del mismísimo William Fox: “Lo contratamos porque no teníamos ni idea de como había rodado la película”. Esto se debe al tipo de realización de la película, la cual nos introduce en pequeños espacios, hay secuencias de seguimiento a personajes y abandona la frontalidad de la mayoría de producciones contemporáneas. Gracias a ello, el espectador podía introducirse mejor en la historia e identificarse mucho más con el protagonista; este movimiento intimista dentro del expresionismo es el denominado "Kammerspielfilm".
Tras pisar suelo estadounidense, Murnau supo que la intención de la productora era hacer un producto casi idéntico a El último y competir con la nueva producción de la Warner, la primera película sonora; El cantor de jazz.
Para satisfacer los deseos de la Fox; Murnau optó por utilizar un desconocido sistema que imprimía el sonido en la película durante la grabación, este sistema se llamaba Movietone y acabó por desbancar el Vitaphone de la Warner, no obstante, la película seguía siendo muda, sólo se registraron sonidos ambiente con este sistema.
Respecto al argumento, decidió seguir por la misma línea que con su anterior producción y junto con su compañero Carl Mayer adaptaron el popular drama de Pasaporte a Tilsit. El director tenía la intención de rodar una película sin intertítulos, ya que para él, el ritmo de la historia era muy importante y no debía de verse perjudicado por la intromisión de los intertítulos. Murnau no logró conseguirlo, en cambio, nos dejó una maravilla cinematográfica equiparable a un Ciudadano Kane en su época.
Amanecer narra la historia de una joven familia que vive en el campo. Su vida es tranquila, feliz y rutinaria hasta la llegada de una mujer de la ciudad al pueblo (Margaret Livingston). Esta mujer seduce y enamora perdidamente al marido (George O’Brien). La mujer va corrompiendo el corazón del campesino con sueños de una vida mejor en la ciudad. Finalmente, la mujer le plantea el hecho de asesinar a su esposa (Janet Gaynor, ganadora del Oscar por su interpretación) e irse con ella. El plan es el siguiente: coger la barca con la excusa de ir a la ciudad, a mitad de trayecto el campesino debería de empujar a su esposa al lago, como ella no sabe nadar, acabará muriendo ahogada y parecerá un terrible accidente. No obstante, la mujer no cuenta con la bondad que se esconde en el corazón del campesino, cosa que acaba por fastidiar el plan. El joven matrimonio se reconcilia y pasan un precioso día en la ciudad. En el momento de volver a casa, una terrible tormenta hace zozobrar la pequeña embarcación. Tras unos instantes de confusión y caos, el campesino, empapado y desorientado, despierta en la costa. Al ver que su mujer no está con él y observar como los pedazos de madera de la barca son mecidos por la marea, decide reunir a todo el pueblo para iniciar su búsqueda. La retorcida amante estalla de júbilo al creer haber tenido éxito con su plan, en cambio, el campesino la busca y se lanza sobre ella intentando estrangularla.
Murnau nos introduce en una atmósfera en la que hay dos mundos contrastados: uno es caótico y puede corromper hasta los corazones más inocentes (ciudad), el otro aún mantiene los valores y tradiciones de antaño (campo). El simbolismo del film y su estética claroscurista hacen de esta obra una historia casi esotérica; en la noche encontramos a los demonios internos, la semilla de la duda y la perversión, en cambio, el día simboliza la iluminación, la verdad, el conocimiento y la salvación.
Tras esta dramática y humana historia hay una realización maravillosa y única, adelantada a su tiempo, llena de virtuosismos y efectos especiales que la dotan de un sello único. Esto hizo que fuera ganadora del Oscar a la mejor fotografía y a la mejor calidad artística (Oscar más valorado por aquel entonces). La estética del film influenció a muchos cineastas posteriores como lo fueron Dziga Vertov (El hombre de la cámara) o al mismísimo Orson Welles (Ciudadano Kane).
Una joya muda.
“Los cineastas debemos resignarnos a la idea de que en un futuro seamos juzgados por críticos que desconocerán las películas de Murnau.”
François Truffaut
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