"Es triste pudrirse vivo ¿Sabes?"
Jo, El salario del miedo
Jo, El salario del miedo
Si nos fijamos en el cine francés de mediados de siglo podremos apreciar una gran variedad de directores de primer nivel, tanto del primer cine francés (Renoir, Bresson) como pertenecientes a la nouvelle vague (Godard, Truffaut, Resnais), no obstante, en toda historia queda algún que otro fleco suelto, en este caso, se llama Henri-Georges Clouzot. Clouzot no perteneció a ninguno de esos dos movimientos, en cambio, su cine cruzó todas las fronteras y llegó a América como un soplo de aire fresco. Sus historias, sencillas pero siempre interesantes, causaron impresión y sedujeron tanto a público como a la crítica hasta el punto de compararlo con el altísimo, nada más y nada menos que el señor Hitchcock.
A finales de los cuarenta, Clouzot era un director prometedor que estaba arrasando en varios festivales europeos por películas como En legítima defensa (1947) o Manon (1949), su cine era tan simple como impactante, mostrando un dominio brillante sobre el tempo del film. Los cincuenta llegaron de la mejor manera para el director francés ya que en el 50 adaptó una novela de George Arnaud titulada Le salaire de la peur (El salario del miedo) junto con su compañero Jérôme Géronimi. El director supo que era la oportunidad idónea para hacer un film inolvidable, un film que le llevara a la eternidad.
Clouzot logró reunir 50 millones de francos para la filmación. Ésta, iba a prolongarse durante unas nueve semanas durante el año 1951, sin embargo, el rodaje se interrumpió durante seis meses por culpa de unas lluvias torrenciales que se llevaron todo el poblado que habían construido, a parte, Clouzot se rompió un tobillo y los dos protagonistas Yves Montand y Charles Vanel enfermaron tras filmar en una piscina de petróleo crudo. A finales del 52 tuvieron lista la película y se estrenó definitivamente en el año 1953. Sencillamente arrasó; Cannes, los BAFTA y la Berlinale se rindieron a sus pies.
El salario del miedo narra la historia de un grupo de exiliados europeos en un decrépito poblado sudamericano que sufre bajo la maza de un cruel cacique. El contexto es imposible de adivinar pero se puede acercar a los albores de la segunda guerra mundial si se quiere. Los exiliados están a la espera de encontrar algún trabajo (tarea que se antoja imposible para la mayoría) para poder reunir ‘la plata’ que les hará huir de ese miserable infierno. El poblado, sustentado económicamente en el dinero que obtiene del petróleo sufre el incendio de uno de sus pozos. Rápidamente, la empresa americana encargada de sustraer el petróleo (obviamente) se ocupa de buscar cuatro voluntarios para transportar unas cargas de nitroglicerina necesarias para apagar el incendio. Visto el peligro que conllevaría dicha empresa, deciden contratar a cuatro exiliados desempleados que necesiten desesperadamente la ayuda económica. Los escogidos son Mario (Yves Montand), Jo (Charles Vanel), Luigi (Folco Lulli) y Bimba (Peter van Eyck). Mario y Jo van en un camión y Luigi y Bimba en el otro; entre ellos debe de haber una gran distancia de seguridad, deben tener muchísimo cuidado con el mal estado de las carreteras e impedir que el camión se zarandee, básicamente para evitar que exploten las toneladas de nitroglicerina. Durante el viaje iremos viendo la verdadera personalidad de cada uno de ellos al mismo tiempo que las relaciones entre ellos irán intensificándose y cambiando dentro de un contexto de pesadilla.
La pregunta que me hice al ver esta película fue: ¿Hasta donde podemos llegar las personas?
Esto mismo es lo que Clouzot quería transmitirnos, su intención es la de desplazar el límite mucho más allá de lo permitido. Gracias a esta situación podemos darnos cuenta de como es cada personaje realmente, aquí no valen los estereotipos, tampoco de donde vienes o cuanto dinero llegaste a ganar antes de caer en la miseria como el resto, aquí, lo único que vale son las ganas de vivir dignamente, de volver a tu país, a tu mundo y volver a ser quien eras. Estamos hablando de personas tan desesperadamente desesperadas que no les importa jugarse la vida por tener una oportunidad de abandonar la miserable vida que llevan.
Interpretativamente destaca sobre el resto Charles Vanel que interpreta a Jo, un “ex-magnate” más bocazas que otra cosa. Finalmente se descubre como un cobarde y termina siendo un estorbo para Mario, que termina por odiarlo (Como anécdota; Jean Gabin rechazó el papel porque no quería aparecer siendo un cobarde). La transformación que sufre este personaje al tocar el volante del camión es admirable, llena de un realismo desgarrado que nos envía directamente hacia las puertas del pánico; el miedo de Jo, es el miedo que siente el espectador. Pero en toda historia hay un elemento estabilizador, tranquilizador, sosegador, este es Mario, un personaje excelentemente interpretado por Yves Montand en el papel que lanzaría su carrera hacia el estrellato.
Por otro lado, en el ambiente se respira una tensión exagerada, una taquicardia continua que no nos abandonará hasta el final del largometraje, es imposible despegarse de la pantalla, pero cada minuto que pasa es una tortura, una pesadilla. Este grado de suspense que mantiene el film hizo que lo proclamaran como “el otro mago del suspense”. Por lo visto, esto no molestó ni a Clouzot ni a Hitchcock, de hecho, la siguiente película que dirigió Clouzot, Las diabólicas, fue el preludio de una de las mejores películas de Hitchcock: Vértigo: de entre los muertos.
Sinceramente, El salario del miedo es una película terrorífica, sí, terrorífica. El terror es psicológico, es la eterna sensación de tener la espada de Damocles sobre tu cabeza, que un mero detalle te separe de la vida o la muerte y con ello eches a perder todo el trabajo realizado, todas las amistades forjadas por el tiempo, todos los amores que te esperan en el camino.
No apta para cardíacos.
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