jueves, 18 de marzo de 2010

Crónicas de Tannhäuser: La noche de los muertos vivientes


"¡Es como en el Gran Diluvio en los tiempos de Noé o la destrucción de Sodoma y Gomorra!
¡Estamos siendo castigados por nuestros pecados!
¡Los muertos se están levantando y el Día del Juicio está sobre nosotros!"


Reverendo John Hicks, La noche de los muertos vivientes


- ¡Corre, corre,
que empieza la peli de Calle 13! - dijo mi hermano tras abrir la puerta de mi habitación a la velocidad del rayo. De un salto me levanté de la silla y corrí hacia el comedor. Abrí la puerta del mueble del televisor ante la atónita mirada de mis padres que disfrutaban de una tranquila noche mirando la caja tonta.
- ¿Qué haces? - Preguntó mi madre.
- Nada. - respondí. Como si de algo trascendental se tratase saqué una cinta virgen de VHS del armario y salí escopeteado hacia la habitación de mi hermano.
- ¡Ya la tengo! - dije con la cinta en la mano.
- Dame. - cogió la cinta y la metió en el vídeo que teníamos, muy avanzado para su tiempo teniendo en cuenta que grababa a cuatro velocidades, por lo tanto, podíamos grabar hasta unas 4 películas en una cinta VHS normal.

Mi hermano puso Calle 13 en el digital y puso la cinta a grabar inmediatamente. Aquella noche daban... La noche de los muertos vivientes.


Para muchos, el género zombi sigue siendo un tabú hoy en día. Sin embargo, esta variante de cine catastrófico o apocalíptico mama de un miedo innato en los seres humanos, en este caso muy ligado a la guerra fría, Vietnam, la energía nuclear, en definitiva, a la bomba atómica.

Del género apocalíptico destacan nombres como: La humanidad en peligro (1954), Japón bajo el terror del monstruo (1954), El día después (1983), Omega Man (1971), La guerra de los mundos (1953), Akira (1987), El planeta de los simios (1968) e incluso me atrevería a mencionar Teléfono rojo: Volamos hacia Moscú (1964).

Todas tienen el mismo punto en común que parte del miedo al conflicto entre los soviéticos y los estadounidenses, sin embargo, cada una de ellas aborda el tema de una manera distinta, ya sea por el miedo a la radiación, el trauma de Hiroshima y Nagasaki o lo peor, la extinción de la humanidad. También se puede apreciar que este tipo de cine es muy versátil ya que abarca desde el terror a la ciencia ficción pasando por el cine de animación e incluso la comedia.

No obstante, de todas ellas hay una que no destaca por tener el guión más brillante, tampoco las mejores interpretaciones, siquiera nos da un punto de vista sobre el conflicto que nos ayude a reflexionar sobre lo que sucedía en aquel entonces (y ahora también), sino que parte de una cuestión bastante simplista que podría interpretarse como: “¿Qué sucedería si tras tantísimas guerras y muertes, no cupieran más almas en el infierno?”. Al menos, eso es lo que nos hace entrever tras el aluvión de hipótesis que se barajan, entre ellas, la que cobra más fuerza es una referente a un sospechoso satélite americano en Venus (toma ya).

Por otro lado, este film fue un soplo de aire fresco en su día y actualmente es reconocido como el nacimiento del cine de terror moderno. La noche de los muertos vivientes nos enseña a un monstruo intemporal que la única preocupación que tiene es vagar por el mundo buscando cerebros que devorar, no le importa la raza, la clase social, solo buscan humanos vivos y la fuerza de este monstruo radica en que no es sólo uno sino millones. Su falta de humanidad, su proximidad al poder ser un amigo, tío o hermano, su nula lealtad, su extrema lentitud, sus gemidos de sufrimiento y su aspecto putrefacto causaron pavor en todos los cines provocando que este pequeño film desbancara al todopoderoso Planeta de los simios en ingresos de taquilla.


Viajemos a Pittsburg, 1968, ahí encontramos a un grupo de amigos que se dedican al teatro, televisión y la publicidad. Entre ellos encontramos a George A. Romero, un joven director de veintiocho años que tiene el sueño de dirigir una película de cine. Tras comunicarlo a sus amigos deciden luchar codo con codo para que el proyecto saliera adelante. Finalmente lograron reunir unos 114.000 dólares para rodar la película, viéndose obligados a rodar en blanco y negro por falta de fondos. Alquilaron una pequeña casa rural y comenzaron a rodar durante los fines de semana. En aquel entonces, ¿Quién diría que esa minúscula película se convertiría en un monstruo que recaudó hasta 42 millones de dólares?

La noche de los muertos vivientes parte de la visita de dos hermanos, Johnny (Russel Streiner) y Bárbara (Judith O’Dea), a un cementerio con la intención de colocar una guirnalda en la tumba de su padre. Sorpresivamente, un muerto se levanta de su ataúd y ataca a Johnny. Bárbara huye y llega a una casa abandonada. Poco después aparece Ben (Duane Jones), que entra a la casa. Ben y Bárbara descubren tras un comunicado de radio que los zombis pueden morir por un certero disparo en la cabeza. Posteriormente descubren que hay una familia escondida en el sótano de la casa junto con una joven pareja. Juntos, deciden planificar una huida, sin embargo, las discrepancias entre unos y otros hacen que no acaben por ponerse de acuerdo. La desorganización del grupo acaba por sentenciarlos a muerte a todos.

Ni más, ni menos. Un mensaje claro y rotundo que nos indica que debemos de estar unidos ante las adversidades y olvidarnos de los prejuicios, ya sean con respecto al género, culturales o raciales. Respecto a esto último nos acercaremos al personaje de Ben interpretado por el actor negro Duane Jones. Este personaje, aunque aparece más tarde en la trama acaba por llevar sobre sus hombros el peso de toda la acción y termina por erigirse como líder del pequeño grupo. Por contra, los prejuicios raciales de varios habitantes de la casa acaban por desgastar la buena sintonía del grupo, disgregándolo y debilitándolo. También hay que decir que esta separación se debe a los intereses de cada subgrupo; como por ejemplo el padre de familia que intenta ocuparse de los suyos.


Por contra y como crítica negativa al film deberíamos fijarnos en el papel de la mujer ya que su peso en el guión no dista de una Eva en el Paraíso. Todos los movimientos y decisiones tomados por las mujeres acaban por convertirse en torpezas que terminan por llevarlos a todos a la muerte, eso sí, sin contar con la poca capacidad de reacción de cada una de ellas y lo inútiles que acaban siendo (esto si que las diferencia de Eva, al menos, ella era más inteligente que Adán). En muchos momentos de la película parece más peligroso tener a una mujer al lado que un zombie caminando hacia ti.

Aún con esta última gran pega pienso que la película de Romero es una obra maestra. Quizás sea la manera de narrar la historia, la dilatación del tiempo mediante el montaje, es todo tan sencillo y tan brillante a la vez que hace que el film adquiera un realismo inusitado para una película de su presupuesto (no es ni serie B, quizás serie Z). En ella se puede percibir la pasión y la ilusión de un grupo de locos que se juntaron varios fines de semana para rodar una película que acabaría por hacerse un lugar dentro de los grandes libros de la historia del cine.

Tras acabar la película me fui a la cama. Al día siguiente tenía que ir a la escuela pero no podía dormir; la imagen de aquel hombre saliendo del ataúd se repetía una y otra vez en mi cabeza, suficiente para atemorizar a un niño de doce años. Por suerte, me zambullí bajo la protección del edredón y nada me pasó aquella noche.


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