“El día 21 de septiembre de 1945, yo morí”
Seita, La tumba de las luciérnagas
El 17 de marzo de 1945 fue una fecha que no se borrará de la memoria de la mayoría de habitantes de la ciudad de Kobe. Aquel día, las bombas incendiarias de los aliados se precipitaron directamente sobre las pequeñas viviendas de los ciudadanos de la ciudad del sur de Japón. Las sirenas, retumbando en las cabezas de los atemorizados habitantes de la ciudad, eran lo único que podía oírse entre las explosiones. En medio del caos, corriendo entre los terribles estruendos y abriéndose paso entre los escombros, adivinamos las figuras de dos niños huyendo de la catástrofe. Una de esas figuras es la de Akiyuki Nosaka, futuro novelista nipón que plasmaría el horror de la guerra exactamente 20 años después (1965) con su magistral, La tumba de las luciérnagas. Seita, La tumba de las luciérnagas
Paralelamente, Isao Takahata debutaba con su ópera prima La princesa encantada (1968), demostrando un talento y una madurez formal inusitadas, además de presumir de una gran brillantez en la animación, algo de lo que se encargaba el aún alumno predilecto de Takahata, Hayao Miyazaki. El director continuó trabajando con varios proyectos televisivos que le otorgaron un inmenso prestigio mundial dentro del terreno de la animación, como por ejemplo Lupin (junto con Miyazaki), Heidi, Marco o Ana de las Tejas Verdes. El afamado tándem Miyazaki-Takahata (o viceversa), logró hacerse su propio espacio dentro de la animación gracias a la apuesta por un tipo de historias más sobrias y profundas que tienen por protagonistas a unos adolescentes con graves conflictos internos de lento desarrollo. Por otro lado, el amor que ambos tenían por la literatura juvenil europea les facilitó el éxito comercial fuera de Japón, estableciéndose como contrapunto a las series de animación de acción simplista o violencia extrema (como era habitual en el anime que exportaba Japón). Gracias a ello, ambos inauguraron en 1985 el archiconocido Studio Ghibli, el único desde hace un par de décadas que puede toserle a Pixar o Disney (salvando las diferencias).
Takahata, que siempre había admirado la obra de Akiyuki Nosaka, se aventuró a llevarla a las dos dimensiones a mediados de 1986 aprovechando los éxitos cosechados por el estudio. El estreno estuvo programado para que fuera paralelo al de Mi vecino Totoro, dirigida por Miyazaki y también producida por el Studio Ghibli. Los dos filmes estaban contextualizados dentro del marco del final de la guerra y el inicio de la postguerra en Japón, sin embargo, Totoro mostraba su cara más amable e infantil, encaminándose hacia la fantasía y la magia mientras que La tumba de las luciérnagas se convertía en una de las películas más trascendentes, perturbadoras, intensas y reflexivas de todo el género antibelicista.
Pocas películas han mostrado el lado más cruel de la humanidad como La tumba de las luciérnagas. A muchos les sorprenderá que una película de animación pueda ser tan devastadora. El film nos aplasta la cara contra el fango obligándonos a observar la realidad del conflicto en la II Guerra Mundial, focalizándose en la destrucción de las familias y la incomprensión de la guerra por parte de los más jóvenes.
La historia de Akiyuki Nosaka nos sitúa justo en los momentos previos al bombardeo, donde conoceremos a Seita, un chico de 14 años que huye por las calles de Kobe intentando salvar a su hermana menor Setsuko. Hijos de un oficial de la marina japonesa, corren en busca de su madre desparecida durante el bombardeo. Finalmente la encuentran muy malherida en la escuela, que ha sido reconvertida en un hospital de urgencia. Poco después morirá por causa de las terribles quemaduras y hará que los dos hermanos se alojen en casa de sus tíos. Éstos, no los acogerán de la mejor manera e irán tensando la situación hasta que Seita se vea obligado a marcharse junto con su hermana. Abandonados a su suerte y tras vagabundear durante un tiempo por la ciudad, Seita y Setsuko se instalarán en las afueras, bajo un pequeño montículo en el cual hay un pequeño establecimiento minero abandonado donde viven miles de luciérnagas.
El 16 de abril de 1988 se estrenó en Tokio La tumba de las luciérnagas, haciendo que 43 años después volvieran a caer las bombas sobre Kobe. La película cosechó elogios y buenas críticas, a parte de una amplia aceptación por gran parte del público, que logró entender que una película de animación puede ser igual de madura, profunda y seria como cualquier otra.
La esencia del film reside en los dos protagonistas. Ambos deambulan por la ciudad sin ningún rumbo prefijado, faltos de ayuda e ignorantes de lo que se les viene encima, presumen de una falsa autosuficiencia que les llevará a fatales consecuencias, tales como la pobreza extrema, la enfermedad, el hambre o la muerte. Takahata logró combinar la crudeza e insensatez de la guerra junto con la íntima cercanía que existe entre los hermanos. La ternura y la ingenuidad de los chicos estará confrontada directamente con la voracidad de un conflicto que ellos no logran entender y un mundo insolidario, poco caritativo y egoísta que terminará por darles la espalda.
Takahata, junto con la incalculable colaboración de Miyazaki, logra combinar una brillantísima animación sin alardes innecesarios con una tragedia de una dureza insoportable. Esta obra es seguro la mejor de toda su carrera y una de las mejores películas sobre la II Guerra Mundial. Takahata nos invita a reflexionar sobre la guerra, aportando su particular punto de vista pacifista, no obstante, la crítica que hay en el trasfondo del film se centra en el corazón de las personas, un canto a la solidaridad, una oda al respaldo mutuo. Un hito dentro del cine de animación, una obra maestra de un valor incalculable que no se ha de dejar pasar bajo ningún concepto.
Brutalmente honesta.
2 comentarios:
Muy conmovedora, te llega al corazón.
La película al inicio advierte que no es apta para menores de 13 años, yo no lo creí pero al final de la película lo comprendí y creo que a mi niña de apenas seis años, mi esposa y yo nos conmovió hasta la raíz. Esta película hace conciencia en los adultos pero a lo niños los trastoca por su tragedia.
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