martes, 10 de agosto de 2010

Crónicas de Tannhäuser: Psicosis (I)

“No es un mensaje lo que ha intrigado al público.
No es una gran interpretación lo que ha conmovido al público.
No era una novela de prestigio lo que ha cautivado al público.
Lo que ha emocionado al público era el film puro.”

Alfred Hitchcock, Psicosis






Si alguna vez tuvo que detenerse el mundo por el estreno de alguna película, ese día fue sin duda el 16 de junio de 1960. Aquel día se produjo un punto de inflexión dentro del cine, de los gustos de los espectadores y de la narrativa del género de terror. Sin duda alguna fue el día en el que cambió el cine de terror, procurando una fuente de la cual han bebido, beben y beberán un insultante número de producciones pertenecientes a un género que observa impasible el paso de los años sentado en la misma silla desde hace medio siglo.

No olvidemos que el cambio lo hizo un señor de 61 años con una carrera en sus espaldas que más de uno podría darla por finalizada y asegurar que se enfrentaba al ocaso de una más que prolífica carrera. Sabedor y consciente de los cambios de mentalidad de la sociedad americana a finales de los cincuenta, el director británico planteó la producción teniendo presente en todo momento a su principal protagonista, la televisión. Su presencia en ella era más que conocida por la gran mayoría del público gracias a su serie Alfred Hitchcock presenta, serie de suspense que inició en 1955 y de la que Hitchcock tenía todo el control.

La presencia de los televisores en las casas americanas aumentó ostensiblemente a principios de 1959, postulándose así como una gran amenaza para la industria de Hollywood. El orondo director, inteligente y astuto como pocos, vio la posibilidad de explotar el campo televisivo para seguir produciendo historias que llevarían el reconocible sello de la factoría Hitchcock. Pero nada podría entenderse sin la incursión a la pequeña pantalla de La dimensión desconocida en 1959. Esta serie, a parte de ser la competencia directa de Hitchcock, estaba planteada desde el mismo prisma, no obstante, las historias tenían poco que ver con la realidad y apostaban por un género que ganaba protagonismo a una velocidad endiablada; la ciencia ficción.

Al maestro le llamó la atención el modo en el que estaban rodadas las historias. Éstas, aún siendo bastante sórdidas en algunas ocasiones, lograban conectar con el público en todo momento gracias a una realización bastante poco habitual en aquel entonces, basada en acortar el tamaño de los planos recurriendo habitualmente a los planos cortos y los primeros planos, cosa que a parte de acercarnos más a los personajes conseguía economizar los costes producción al no tener que mostrar toda la escenografía en la que estos se situaban. Paralelamente, cada capítulo de La dimensión desconocida estaba planteado como un telefilme (o TV movie, como queráis llamarlo), no sólo por la disparidad de las historias, también por la continua y original publicidad que se hacía de cada capítulo.


Rod Serling, presentador de La dimensión desconocida

Dicho esto, recordemos que en 1959, Hitchcock había estrenado una de sus películas con mayor éxito, Con la muerte en los talones, obra que le obligaba a mantener el listón para su próxima producción y que le situó definitivamente en el Olimpo de Hollywood; “La gente en 1960, cuando le preguntabas sobre la profesión de director de cine te respondían: Hitchcock.”, si lo dice Garci va a misa.

Así pues, con la factura de ser una superestrella aún más importante que las que disponía en sus propias películas, Alfred Hitchcock se embutió (nunca mejor dicho) el traje de productor independiente y se embarcó en una nueva y arriesgada empresa, un reto tan repleto de ilusión y esperanzas como de dudas y vacilaciones. Robert Bloch, novelista americano oriundo de Illinois, era el autor de una novela de dudosa calidad llamada Psicosis vagamente inspirada en los asesinatos que Ed Gein cometió a finales de los cuarenta en el estado de Wisconsin. Sobre ella expondré dos significativos comentarios; el primero de François Truffaut, el cual la definió como una obra “vergonzosamente trucada” y el segundo de Hitch, que con mucho esfuerzo consiguió encontrar las palabras más adecuadas con respecto a la novela; “Lo único que me gustó fue la inmediatez del asesinato, por eso me interesé por la novela”.

La poca calidad de la novela hizo que Hitch dudara sobre incluirla como capítulo de su serie o llevarla a la gran pantalla, no obstante, su decisión fue más que acertada, teniendo previsto su pase por la caja tonta decidió explotar los dos campos para sacar el máximo beneficio. Además, esto se entiende al saber que la Paramount se negó a producirla y sólo se ofreció a distribuirla con el argumento de que les parecía una película “demasiado repugnante”, además, no quisieron pagar el sueldo de Hitch por lo que éste les propuso ir a porcentaje, exactamente el 60% de los beneficios irían para el director, a lo que accedieron encantados. Tras apoquinar los 9.000 dólares que cedían los derechos de la novela a Hitchcock, la maquinaria se puso en marcha a marchas forzadas con un presupuesto digno de un director novel, exactamente 806.947$.

El equipo estaba compuesto por la mayoría de integrantes de Alfred Hitchcock presenta (el viejo zorro tirando de becarios) y en los puestos más relevantes encontramos a los sospechosos habituales, tales como el grandísimo compositor Bernard Herrmann con la banda sonora, el magnífico e incomparable Saul Bass como asesor de imagen y responsable del departamento de arte, George Tomasini con el montaje y John L. Russel, también de la plantilla de la serie televisiva de Hitch en la fotografía. El planteamiento del director desde el primer momento era, que la producción debía seguir una línea de férreo trabajo en equipo y un derroche de esfuerzo e ilusión que compensara la carencia de una sólida financiación y una gran estrella en el cartel. Éste, aún teniendo el ojo puesto en todos y cada uno de los palos que aguantaban el film, delegó y otorgó mucha libertad creativa entre los departamentos de la producción, haciendo hincapié en el concepto de rodaje como una maquinaria compuesta por engranajes. Esta vez la estrella sería el propio director: “Hubo un día en el que las películas de John Wayne pasaron a ser las películas de John Ford, con Hitchcock pasó lo mismo, las estrellas pasaron de ser los actores a los directores”, José Luís Garci again.

Sir Alfred Hitchcock

El elenco de actores reposaría en dos jóvenes estrellas que tenían una prometedora carrera por delante. La preciosa Janet Leigh venía pisando fuerte con apariciones bajo la batuta de directores como Orson Welles, donde tuvo la oportunidad de compartir cartel con Charlton Heston en Sed de mal (1958), sin embargo, una de sus interpretaciones más memorables hasta la época la encontramos en Mujercitas (1949) dirigida por Mervyn LeRoy, productor ejecutivo de El Mago de Oz (1939) y director de Quo Vadis? (1951).


Leigh compartiría cartel con un enigmático actor que se había consumado recientemente como una estrella, Anthony Perkins. Perkins se situó en el centro de las miradas tras su primer papel en La actriz (1953), trabajo que le valió para dar el salto de categoría con La gran prueba (1956), interpretación por la cual recibió su nominación al Oscar. Su meteórica carrera se combinó con exitosas apariciones en Broadway, hecho que le otorgó el estatus de estrella. Hitch se fijó en ambos y consiguió contratarlos por menos de 60.000 dólares, concretamente, a Leigh la contrató por 25.000 y a Perkins por sólo 40.000, siendo fiel al austero presupuesto del que disponían y con la pretensión de buscar el máximo beneficio posible cuando llegaran a la meta.


Anthony Perkins

En la adaptación de la novela participaron dos guionistas que provenían de mundos distintos; uno era Jospeh Stefano que había desarrollado la mayor parte de su carrera en televisión, por otro lado nos encontramos con Samuel A. Taylor, lo que llamaríamos un “guionista de apoyo” que ya había trabajado con Hitch adaptando la maravillosa Vértigo. La adaptación de la novela es bastante fiel y correcta, puliendo la mayoría de vaguedades de la narración de Bloch y cediendo todo el protagonismo a la cámara, os indico para los que no la hayáis visto que casi la mitad del film es completamente mudo.


Y aquí debo de hacer un punto y a parte ya que la historia de Psicosis merece una mención especial, un espacio distinto, hablando en plata, necesita comer a parte. La narración y la estructura de la película en general es algo prodigioso, desde el inicio hasta el final, Hitch nos lleva por una serie idas y venidas que nos dejarán el corazón en un puño. Todas y cada una de las situaciones y diálogos que hay en Psicosis están por una razón, el director británico nunca dejaba algo descolgado, su minuciosidad y entrega es sorprendente a la par que admirable. Si bien el guión no es el más brillante de la historia, si sería correcto afirmar que es una maravilla que conoce todas las reglas del juego con el espectador y sus expectativas.


A parte de ser junto con La ventana indiscreta la historia más voyeur dentro de la filmografía del director, Psicosis posee ingredientes en su anatomía que la convierten en una película tan experimental como revolucionaria. El más emblemático sería el cambio de género a mitad del film, el cual comienza como una película típica de suspense de Hitchcock que tiene como punctum principal de la trama el robo de 40.000 dólares por parte de la protagonista y la posterior huida de la ciudad. Sin embargo, su asesinato nos dejará huérfanos de protagonista, nos descolocará y nos llevará a preguntarnos que es lo que está pasando, imbuyéndonos en una espiral de angustia y terror que no nos abandonará hasta la conclusión del film.


La importancia y relevancia de este suceso obligó a Hitchock a mantener el rodaje y el contenido de la historia en secreto, negando el contacto con la prensa a todos los integrantes de la producción. La única respuesta que Hitchcock dio con respecto a las preguntas de los periodistas fue: “La película trata sobre un chico que tiene graves problemas con su madre.

El mito no había más que comenzado a gestarse.


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