miércoles, 22 de septiembre de 2010

Crónicas de Tannhäuser: El bueno, el feo y el malo


“El mundo se divide en dos categorías:

los que tienen el revólver cargado y los que cavan.
Tú cavas.”


Rubio, El bueno, el feo y el malo



Pocas películas han dejado tanta huella en la cultura popular. Pocos directores han sabido reunir las virtudes de un género para crear una película tan inolvidable. Pocas bandas sonoras se han instalado en nuestro ADN para acompañarnos hasta el fin de los días.

La verdad es que me hubiera encantado poder tener unos doce años en aquel 1966, caminar de la mano de mis padres hacia el cine más cercano y sentarme en la butaca con mi sombrero de vaquero sobre mis piernas para disfrutar de una de las más épicas aventuras que nos ha regalado el western, el género cinematográfico por antonomasia. Aún así, pude disfrutarla como un enano justo al cumplir la mayoría de edad. Siempre vuelve a mi memoria el rostro de uno de mis profesores de facultad cuando nos mostraba la escena final en la que Tuco busca la tumba de Arch Stanton acompañado con The Ecstasy Of Gold, muestra de la grandeza infinita de Morricone, que una vez más demostró que una buena banda sonora puede duplicar la calidad de una película. Tras finalizar la escena, aquel profesor nos miró y nos dijo, simplemente -Esto es cine-, que sentenció tras un breve silencio con un, -Al que no le guste es que no tiene ni idea de lo que es el cine-.

El bueno, el feo y el malo conjuga todas las virtudes de un género venido a menos, muerto para muchos, enterrado en el mismo desierto donde antaño encontró la gloria. Leone quiso rendir homenaje al género con su “trilogía del dólar” o “trilogía del hombre sin nombre” (no argumental) que capitula con el El bueno, el feo y el malo. Las dos primeras fueron un remake de Yojimbo (1961), de Akira Kurosawa, renombrado como Por un puñado de dólares (1964) y la segunda fue La muerte tenía un precio (1965). Ambas fueron realizadas a partir de una mínima producción debido al poco éxito del western en aquella época, como también el hecho de que se realizara en Italia, detalle que nunca fue bienvenido al otro lado del charco, tachando el movimiento western italiano de subgénero denominándolo peyorativamente como spaghetti western. Por contra, el éxito de Sergio Leone fue rotundo, logrando revivir el género y dotándolo con una serie de personajes viles, avaros y codiciosos que sólo se guían por el color del dinero, haciendo difícil clasificarlos como héroes o villanos. Leone también le otorgó al género un áurea épica en su narración, ralentizando el montaje y mostrándonos con parsimonia las secuencias de máxima tensión, acrecentando el suspense y el dramatismo, acompañado en todo momento por la eterna música de Morricone.


Llama la atención que el director italiano no hubiera pisado jamás el desierto americano, de hecho, lo único que sabía sobre el lejano oeste lo sabía por las películas. Imaginaos la cara de Clint Eastwood, cuando recibió la oferta para ir a rodar un western a Italia con un director que no había dirigido más que El coloso de Rodas (1961) y que apenas sabía cuatro palabras en inglés. Leone pronto se convirtió en el director de moda aunque la polémica siempre le acompañó de la mano. La crítica se le echó encima por el exceso de violencia en el film, no sólo por los tiroteos sino también por el tipo de lenguaje que utilizaban los personajes. Leone respondió a las críticas de esta manera: “El Oeste fue hecho por hombres violentos y sin complicaciones, son esa fuerza y simplicidad las que quise reflejar en mis películas.


¿El film? Sencillo, muy sencillo. Por un lado tenemos al bueno, alias Rubio (Clint Eastwood), aunque no tiene nombre en realidad, por otro tenemos al feo, al que le llaman Tuco (Eli Wallach) y finalmente el malo malísimo, Ojos de ángel le llaman y Lee Van Cleef le interpreta. Entre estos tres anda el juego y no hace falta ser un catedrático para advertirlo. Ellos son respectivamente un cazarrecompensas, un ladrón y un asesino a sueldo. En resumidas cuentas, todo se basa en un tesoro de 200.000 $ que un soldado ha escondido en un cementerio y que los tres quieren para si. El soldado al que busca el malo es Bill Carson, que finalmente termina por toparse con el Rubio y Tuco. Moribundo, les desvela el secreto a cambio de agua, sin embargo no logra terminar la frase. Tuco, conocedor del nombre y lugar del cementerio se ve obligado a asociarse con el Rubio, ya que Carson le había dicho poco más tarde el nombre de la tumba donde tienen que cavar. A la fuerza, ambos personajes se unen gracias a la posesión de la mitad del secreto, cabalgando dirección a Nuevo México, en búsqueda de la misma tumba que persigue Ojos de ángel, con el cual se cruzarán varias veces en el camino e intentará sacarles las palabras a base de balazos.

Críticas y valoraciones a parte, el film de Leone terminó por completar un trabajo que había iniciado tan sólo dos años antes con Por un puñado de dólares, tirando las cartas sobre el tapete y haciendo una clara declaración de intenciones tanto al género como a la industria, que revivió el boom del western en los años venideros. Finalmente, aquel orondo director romano que se fue a rodar un western con los medios justos (Un millón de dólares) al desierto de Almería y a los alrededores de Burgos no estaba tan loco como parecía. La diferencia entre el loco y el genio es el éxito.

Superior por ambición, meticulosidad y épica a sus dos predecesoras (en las anteriores se notan mucho la limitada producción), se le ha de añadir un punto de comedia en la trama que logra despresurizar paulatinamente el argumento dentro de sus 161 minutos de duración. El encargado de hacerlo es Tuco (El feo), para mi gusto el mejor de la película, en gran medida por el juego que da su personaje, situado en tierra de nadie y velando por su propio beneficio, seguramente uno de los mejores papeles de Wallach en toda su carrera. Eastwood al igual que Van Cleef, están mucho más encorsetados en unos personajes pertenecientes a bandos antagónicos, sin embargo, la caracterización de "el Rubio" es poco menos que legendaria, no por su complejidad o por grandes virguerías interpretativas, sino por su presencia, su parquedad en las palabras y su anonimidad.



La película es un carrusel de aventuras separadas por episodios claramente identificables donde encontramos a diversos personajes que van desde curas a soldados, pasando por prostitutas y malhechores. Aún siendo una película de larga duración tiene un ritmo trepidante que te devuelve a la infancia, haciéndote saltar en cada pistoletazo, sufriendo con cada cambio de compás de Morricone o imaginando lo que sería cabalgar por las grandes llanuras del lejano oeste. Entre los relinches de los caballos y el olor a pólvora que impregna nuestros ropajes se respira un aire cautivador que nos invita a amar la película al igual que Leone ama el western. La siguiente trilogía (La trilogía de la muerte) de Leone nos transmitirá todo lo contrario al relatar historias mucho más crueles y serias dentro de un pequeño reajuste en su método, el cual se basa en ralentizar aún más las secuencias, entregándose por completo al suspense, eliminando la comedia y siendo aún más breve con las réplicas, dando como resultado una serie de historias que transpiran muerte por todos sus poros.

Embobado, anonadado y superado, me levanté ante la pantalla al finalizar el film, seguramente sería una de las visiones más patéticas que podría tener de uno mismo, pero ahí permanecí, con las manos en la cabeza y el semblante de mentecato intentando reponerme del último duelo de pistolas de la película. Kitsch y arrebatadora, El bueno, el feo y el malo reinventa las leyes del western con una epopeya repleta de primeros planos extremos y un montaje perfectamente anudado a la que podría ser la mejor banda sonora del cine (¡Vaya tirada a la piscina!). No es el mejor western pero sí el más famoso e inspirador... aunque, ¿Quién soy yo para decir que no lo es?

Sueño de arena y pólvora.


(Créditos de inicio de El bueno, el feo y el malo)

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