miércoles, 20 de octubre de 2010

Crónicas de Tannhäuser: El tesoro de Sierra Madre






“Yo sé lo que hace el oro a las almas de los hombres.”

Howard, El tesoro de Sierra Madre.





Observando todo lo que nos rodea, intentando comprender porque tenemos cierta predilección sobre una temática específica o simplificando el porqué del éxito hasta su esencia más primigenia, siempre nos quedará un vestigio de un ‘nosequé’ o un ‘nosecuando’ que nos atraerá a la obra, sea una película, una pintura o una canción, al igual que lo hacen dos imanes con polos opuestos. Hablamos de los atractivos imperecederos, de nuestro amor por el fracaso, el entusiasmo que nos produce el éxito, la obsesión por los amores intangibles o lo tangible de un amor pasional y arrebatador.

Kant dijo una vez con sobrado acierto que “una obra maestra se distingue del resto en cuanto en ella converge una mezcla perfecta entre belleza y misterio”. De hecho, misterio podría ser el segundo nombre de B. Traven, novelista alemán que dejó una veintena de obras a sus espaldas y del que se conoce poco más que su apellido, ya que su nombre, reducido a esa enigmática ‘B’, sigue siendo un misterio. Traven salió a la luz de la noche a la mañana por el éxito de su quinta novela, El tesoro de Sierra Madre, una novela que nos habla de la codicia, la locura y el fracaso, una carcajada en el rostro de la desdicha escrita a partir de una atractiva mezcla de cinismo y romanticismo a partes iguales.

Aquí entra en escena uno de los grandes, uno de esos personajes que no se atañen a la norma, fue campeón de boxeo, criador de caballos, pintor, periodista, actor, guionista y director de cine entre otras muchas cosas, definido por Garci como el ‘Hemingway del cine’, ese es sin duda, John Huston. Por aquel entonces, Huston volvía de luchar en la Segunda Guerra Mundial, donde realizó diversos documentales y reportajes sobre el conflicto. Anteriormente había desarrollado la mayor parte de su trabajo sobre el papel, trabajando como guionista y realizando algún que otro film, entre los que se encuentra El halcón maltés (1941), película que se sitúa como punto de partida al film-noir americano y que sirvió sobre todo para relanzar la carrera de Humphrey Bogart, presente en la mayoría de maravillas cinematográficas de los cuarenta y parte de los cincuenta. Tras la guerra ambos se reencontraron de nuevo para realizar lo que sería el mejor trabajo de Huston (al menos para mí) y una de las películas más importantes de la década, sin embargo, esta vez no serían un par de desconocidos para el público sino que contarían con el caché de las grandes estrellas.


La obra de Traven iba como anillo al dedo con el estilo de Huston. Ambos compartían ese amor por el fracaso, por los personajes que tienen más pasado que futuro y por las falsas esperanzas. La trama de la novela se ubica en México durante la fiebre del oro en 1925, lugar que a partir de entonces se erigirá como ‘el otro far west’, dejando su legado en manos de directores y guionistas que se enamoraron de las áridas llanuras del país azteca así como lo hicieron Peckinpah o Tarantino. La mitología del fracaso se engrandecía con un film magistral protagonizado por tres vagabundos yanquis que viven como proscritos en México, aferrados a una ilusión de decenas de kilates.

Fred Dobbs (Humphrey Bogart) es un gringo que malvive por las calles de Tampico (México). Tras ser engañado por un capataz sin escrúpulos conocerá a Howard (Walter Huston) y Bob Curtin (Tim Holt). El primero de ellos es un anciano buscador de oro y el segundo es un joven que lucha por mantener a su familia. En ese momento conocerán la existencia de un tesoro en Sierra Madre, con lo cual parten hacia allí con la esperanza de encontrar el jugoso botín y repartírselo entre los tres. Howard ejerce de líder espiritual y moral ante sus compañeros, guiándolos entre la frondosa jungla y advirtiéndoles de los peligros que conlleva el descubrimiento del botín. Una vez conseguido deberán enfrentarse contra un gran número de bandidos capitaneados por Gold Hat (Alfonso Bedoya), luchando por defender el oro y conservar sus vidas. No obstante, el peligro real reside dentro del grupo, la codicia les pondrá a prueba a cada uno de ellos, obligándoles a combatir con ella si no quieren volverse en animales despiadados.

Es el misterioso mundo de la frontera, la barrera traspasada, es el lugar que nunca nos enseñaron cuando terminaban las historias de fugitivos que cruzaban la delgada línea que separa USA de México. Nunca llegamos a saber como gastaban su dinero, como vivían en aquellas ciudades bajo el Sol abrasador y con la arena entre los dientes. Mientras unos se limitaban a mostrarlo como un ‘vivieron felices y podridos de dinero’, Huston decidió saltar el muro y obsequiarnos con una de esas historias olvidadas que nunca abandonarán nuestra memoria.


El ejemplo del olvido, la muestra de la decadencia, la imagen del fracaso. Dobbs, Howard y Curtin son tres personajes que no importan a nadie, podrían caer muertos en algún callejón de Tampico y no le importaría más que a las ratas. Mientras Howard aporta la experiencia y Curtin (por cierto, iba a ser interpretado por Ronald Reagan) demuestra el amor por su familia al embarcarse en tan peligrosa travesía, Dobbs se erige como el personaje errante, un hombre que no piensa en el mañana, que no barre más que para él y que resume la vida en tener o no tener unas monedas en la mano. El papel de Bogart es sorprendente, no es el Bogart controlado y previsor de otras películas, es un desecho que subsiste en la escala más baja de la sociedad, pensemos en que no es sólo un vagabundo americano, sino que es un vagabundo americano en México.

Huston no se contiene al mostrar las miserias de un Dobbs que pierde completamente la cabeza por el oro, llevándolo a traicionar a sus compañeros y condenándolo más tarde a una terrible muerte. La torpeza y precipitación de los actos del despreciable Dobbs le llevan a recibir un castigo divino que servirá como moraleja y lazo a un film realmente duro. Por otro lado, destacaría la presencia de un Walter Huston espectacular que llega a ensombrecer la interpretación de un Bogart que se encuentra en el film como un pez en tierra firme (de hecho, quiso abandonar el rodaje en más de una ocasión). Aclararía antes que Walter Huston es el padre del director y que ganó un Oscar como mejor actor de reparto gracias a esta interpretación.


Los otros dos Oscar irían destinados a su hijo por la dirección y el guión, que más que brillantes fueron emblemáticos y pioneros para la época. Huston no tuvo reparos en rodar los exteriores en la jungla mexicana, cosa que provocó bastantes enfrentamientos con el estudio por los altos costes que supuso el viaje. Sin embargo, demostró estar en lo cierto al trabajar la luz con gran meticulosidad, transmitiéndonos la dureza del Sol mexicano en contrapunto con la intimidad de tres hombres que charlan a la luz de la hoguera durante la noche. La manera de fotografiar los paisajes mexicanos ha perdurado en la retina hasta nuestros días, convirtiéndose en el modelo a seguir de la mayoría de realizadores.

El guión adaptado sirvió de base para muchos otros films, a mi me vienen varios nombres a la cabeza como podría ser El salario del miedo (1953), que guarda muchas reminiscencias con la estructura del film y la profundidad de los personajes o Mayor Dundee (1965), primera prueba de fuego de Peckinpah con un prometedor Charlton Heston que finalmente resultó ser un fracaso. Por otro lado, no nos olvidemos que el mismo Huston utilizó la misma fórmula con La jungla de asfalto (1950), película que sirvió de base (al igual que El tesoro de Sierra Madre) para el Atraco perfecto (1956) de Kubrick.

En El tesoro de Sierra Madre confluyen el misterio y el fracaso, el cinismo y el romanticismo, la cruda realidad y las falsas esperanzas. La película parece estar contada en un lugar donde no existen las leyes, protagonizada por unos personajes situados en territorio enemigo, dominada en todo momento por los sueños de tres desventurados que son sabedores de que se dirigen irremediablemente hacia su último destino. Desde las calles de Tampico hasta la jungla azteca, pasando por los pequeños poblados del México más salvaje, Huston nos cartografía un detallado mapa de los sentimientos humanos, llevándonos de pequeños éxitos a grandes fracasos entre la maleza, mientras ascendemos a las colinas de la locura, directos hacia la perdición.

Un tesoro del celuloide.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Fantástico análisis, cada vez son mejores :)

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